los pescadores abandonaban su oficio por seguirlo.
En una boda faltó el vino. Él se hizo cargo:
centenares de litros,
un golpe de maestro viñador,
agua en vasos de piedra convirtiéndose en vino.
Es mejor, dijeron los invitados, sí, es mejor
el vino que surge sin pisar la uva,
el pan hecho sin grano ni horno,
el pez que se mete en la barca de un salto.
Desencadenaba el gratis que pertenece a la gracia,
apasionada y violenta.
Venía de un bautismo en aguas del Jordán,
murió poco más allá
sobre un travesaño con forma de T
y, cuando un hierro le atravesó el costado,
brotó agua, como la incisión de un parto.
Murió convertido en fuente.
He aquí el intruso del mundo,
empapado de la grasa de todas las culpas,
perdiendo el color, pálido de frío, en un abril
o incluso en un marzo, más allá de ochocientos metros
sobre el nivel del mar jamás tocado.
Un gargarismo de aguas en el fondo de un pozo seco,
un carraspeo en la tubería de las arterias:
así jarrea su resurrección.
Erri de Luca
***
Vida plena, la de Jesús, dentro de su pobreza social y del desconocimiento en el que se desarrolló. La plenitud que brota del amor más que de la posición sociológica.
Una vida que desencadena lo gratis, lo gratificante, la promesa de la dicha. Porque lo suyo fue anunciar la dicha en la posibilidad, por pequeña que se la quiera, del ahora.
Por eso mismo, su muerte fue algo convertido en fuente, en posibilidad, en promesa, en esperanza. No fue el cerrojazo de la nada, sino la puerta de la promesa.
Un intruso en el mundo para apuntalar el ansia de la dicha, el hambre de trascendencia, en nosotros, minúsculas criaturas perdidas en el universo.
Su vida sigue brotando, su resurrección sigue “jarreando”, llenando de agua viva los secarrales de la historia, las gargantas sedientas del alma.
Fidel Aizpurúa
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