Pero a la vez los deseos son unos de nuestros motores vitales, y deberíamos preguntarnos por qué anhelos merece la pena luchar.
Entiendo que es importante discernir los deseos banales, de aquellos que son esenciales, para desde ahí, cultivar los segundos y no desesperar persiguiendo los primeros. Pero lo que es más importante, creo que los deseos superficiales esconden detrás de su máscara un deseo esencial palpitando, un deseo auténtico que no alcanzamos a descifrar. Detrás de cada deseo puede haber otro mucho más profundo, que si somos capaces de descubrir, autentificará nuestra búsqueda y la despejará de maleza.
Voy a poner un ejemplo personal. Soy un goloso y en la tardes de trabajo preparando materiales en el ordenador, el cansancio despierta en mí el deseo de dulces. Además es un deseo que no se satisface con poco, y aunque coma un yogurt, unas pastas, el ansia de dulce continúa. Pero si hago un trabajo de prospección para ver qué hay detrás de ese deseo encuentro, que después de varias horas donde no he hecho otra cosa que trabajar, mi persona necesita saber que en la vida existe algo más que ser eficiente, y busca un placer. Pero si sigo profundizando encuentro que detrás de esa pretensión de placer hay una búsqueda de sentido, una necesidad de encontrar que la vida no es plana, que mi existencia tiene una orientación, que no está abocada al vacío, aunque el trabajo desmedido parezca decirme lo contrario. Es decir, muchas veces, detrás de la apetencia de dulce, en mí hay un deseo más profundo de búsqueda de sentido. Reconociendo esta realidad he descubierto que ese deseo aparente de dulce lo puedo saciar también con una buena lectura o con un rato de oración serena, que iluminan y dan significado a lo que voy viviendo.
Y esto puede ocurrir también con otros deseos aparentemente superficiales: detrás del deseo de ser aplaudido puede haber una necesidad de reconocer la propia dignidad personal; detrás del deseo sexual o de la necesidad de agradar puede haber una búsqueda de cariño; detrás del ansia por la comida puede encontrarse una huida ante el vacío personal, etc.
Esta relación entre los deseos banales y el deseo profundo lo expresa muy bien Javier Melloni: “Estamos atravesados de deseos, con un anhelo permanente de algo más. Deseos de toda forma y especie: luminosos y oscuros, alcanzables e imposibles, ágiles y obsesivos, permitidos y prohibidos, atávicos y sutiles, siempre nuevos y siempre antiguos. Deseos que desde su aparente dispersión, son expresión de una única pasión: vivir, (…) que tiene su origen en el ser mismo de Dios”. Como muy bien titula su libro, esos deseos banales nos remiten a “El Deseo esencial”, es decir, al deseo de Dios: “Nos creaste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).
Javi Morala, capuchino
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