Cuando se optaba por vivir en pobreza generalmente se asociaba a dimensiones personales como saber vivir en libertad, no atados a la mera satisfacción de las necesidades físicas o psíquicas; otra veces, se asociaba a alcanzar alguna virtud, o se leía como sacrificio que traía otras ganancias de tipo moral o religiosa, etc. Hoy, en cambio, estamos movidos por sensibilidades que atienden a dimensiones que hasta hace poco impensables, o no eran objeto de cuidado; como pueden ser las dimensiones más sociales, políticas, ecológicas, etc.
En este orden de cosas, vamos aprendiendo que nuestro modo de vida más frugal y austero no sólo puede responder a aquellos motivos que importaban en otros tiempos como la ascesis, algún tipo de mortificación como algo meritorio, etc. Hoy en día somos más conscientes de que nuestra austeridad y frugalidad tiene influencia en el bienestar o malestar de otras gentes y que incide en la marcha mejor o peor de este planeta tan frágil y caduco. Nuestras opciones en materia de consumo, gasto, desperdicios, nuestro aprovechamiento óptimo o no de nuestros recursos personales y sociales están determinando la realidad social y ecológica.
Por ello, la espiritualidad franciscana también tiene algo que decir, y mucho en estos nuevos territorios de las preocupaciones actuales de la humanidad. Francisco no fue un ecologista como nosotros lo entendemos, ni mucho menos. Pero sus intuiciones en planos cortos, cuando quería repartir sus pocas pertenencias con los más pobres, cuando invitaba a una vida frugal, etc. tienen hoy gran actualidad a nivel más global, social y planetario. Sus intuiciones más hondas son hondamente actuales.
Carta de Asís, enero 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario