Pero creo que, además de esta conciencia de seres incompletos, necesitamos aceptar que la carencia forma parte de nuestra vida de forma natural y saludable, porque si no, podemos entender la fragilidad como una maldición, no como un elemento propio de mi camino personal. Y aceptarla de forma serena, manteniéndome pacientemente en la necesidad, sin correr ansiosamente por cubrir esa pobreza, me hace conectar con el deseo profundo, no con los deseos mentirosos.
Francisco de Asís organizó toda su juventud en torno al deseo caballeresco. Pero, en la guerra, es hecho prisionero y cae enfermo, con lo que su ideal se desbarata. Él podría hacer amputado su ideal de ser caballero pero orienta toda esa energía del deseo hacia otro lugar: el Altísimo. Se convierte en Juglar para cantar sus maravillas, y celebra sus esponsales con la dama pobreza. Francisco sondea sus deseos de ser caballero y descubre qué hay en ellos de pernicioso - la violencia, el ansia de poder y posesión- y qué hay de verdadero, de constructivo - la belleza, el compromiso, la entrega de una vida por un ideal-. Esa capacidad de orientar el deseo, sin castrarlo, de potenciar lo auténtico y desechar lo negativo es lo que canaliza nuestra energía vital.
Es lo mismo que hace Jesús cuando va por el lago de Galilea llamando a que le sigan. Los discípulos le dirían: “¡pero sí estamos muy bien siendo pescadores!”. Y Jesús contesta: “Os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Es decir, Jesús orienta ese deseo de ser pescadores y además lo lanza al infinito, lo trasciende: “os haré pescadores de hombres”. Por eso, como cita José A. García, personas no creyentes como Horkheimer hablan del “anhelo de lo totalmente Otro”, o Nietzsche dirá que “el gozo, término del deseo, quiere ser eterno”. Porque el deseo humano tiene un anhelo de infinito.
Javi Morala, capuchino
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