martes, 10 de julio de 2018

EL DESEO TIENE UN ANHELO DE INFINITO

Todos hemos oído o incluso conocemos casos en los que personas compran compulsivamente ropa u otro tipo de objetos, sin necesitarlos. Llenan la casa y los armarios de cosas que ni siquiera utilizan. Estos hombres o mujeres pueden decir que compran por aburrimiento, por insatisfacción con ellas mismas, etc. Detrás de todo deseo, también de los compulsivos, hay un sentimiento de carencia personal. Ya lo dice el Salmo 63 (62) referido al deseo del mismo Dios: “Oh Dios, (…). Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca agostada sin agua”. Me llama la atención que el deseo de Dios toma cuerpo “en nuestra tierra reseca”. El sabernos carentes nos despierta el deseo de Dios y todo auténtico deseo. Nos reconocemos como incompletos, faltos de algo, y esa conciencia nos lanza a la búsqueda de otra cosa. Pero nosotros lo tenemos todo: tiramos comida; los juguetes de los niños no caben en las casas; cambiamos de ropa cada temporada; queremos el último modelo de móvil o coche; ayer era la peluquería o la depilación y hoy es la manicura o la cirugía. Por eso, nuestra cultura saciada, tiene atrofiado el deseo profundo y corre tras deseos efímeros. Somos una sociedad saciada e insatisfecha, colmada y vacía.

Pero creo que, además de esta conciencia de seres incompletos, necesitamos aceptar que la carencia forma parte de nuestra vida de forma natural y saludable, porque si no, podemos entender la fragilidad como una maldición, no como un elemento propio de mi camino personal. Y aceptarla de forma serena, manteniéndome pacientemente en la necesidad, sin correr ansiosamente por cubrir esa pobreza, me hace conectar con el deseo profundo, no con los deseos mentirosos.

Francisco de Asís organizó toda su juventud en torno al deseo caballeresco. Pero, en la guerra, es hecho prisionero y cae enfermo, con lo que su ideal se desbarata. Él podría hacer amputado su ideal de ser caballero pero orienta toda esa energía del deseo hacia otro lugar: el Altísimo. Se convierte en Juglar para cantar sus maravillas, y celebra sus esponsales con la dama pobreza. Francisco sondea sus deseos de ser caballero y descubre qué hay en ellos de pernicioso - la violencia, el ansia de poder y posesión- y qué hay de verdadero, de constructivo - la belleza, el compromiso, la entrega de una vida por un ideal-. Esa capacidad de orientar el deseo, sin castrarlo, de potenciar lo auténtico y desechar lo negativo es lo que canaliza nuestra energía vital.

Es lo mismo que hace Jesús cuando va por el lago de Galilea llamando a que le sigan. Los discípulos le dirían: “¡pero sí estamos muy bien siendo pescadores!”. Y Jesús contesta: “Os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Es decir, Jesús orienta ese deseo de ser pescadores y además lo lanza al infinito, lo trasciende: “os haré pescadores de hombres”. Por eso, como cita José A. García, personas no creyentes como Horkheimer hablan del “anhelo de lo totalmente Otro”, o Nietzsche dirá que “el gozo, término del deseo, quiere ser eterno”. Porque el deseo humano tiene un anhelo de infinito.

Javi Morala, capuchino

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