Actualmente, vivimos a toda velocidad, y el mundo que nos rodea se mueve con más rapidez que nunca. Día a día nos esforzamos por conseguir ser más eficientes, por hacer más cosas y más rápido. Sin embargo estamos convencidos que este estilo de vida genera mayor estrés, ansiedad, malestar físico y psíquico entre nosotros. En este tiempo, la playa, el monte, el pueblo, un viaje, etc son alguno de los modos o posibilidades que tenemos para desconectar.
Al pensar en el tiempo de verano, en cómo vamos a organizarnos las vacaciones, si es que podemos, me he acordado de ese movimiento o filosofía de vida que se da en nuestro mundo de “Slow Life”, desacelerar para ser más feliz.
Dentro de nuestra sociedad hace algunos años surgió este movimiento alternativo a esa forma acelerada de vida. Es un movimiento o filosofía que reacciona contra el ritmo desenfrenado de la vida, con el objetivo de disfrutar y saborear la vida al máximo. Nos propone que seamos capaces de dedicarnos a hacer las cosas tranquilamente, sin ninguna prisa y disfrutando de cada una de ellas.
De hecho, quienes lo practican nos dicen que este modo de vida nos hace más sensible a un mayor contacto con la naturaleza, nos educa para la solidaridad y no la competitividad, nos ayuda en la creación de un sistema sanitario más personalizado y un trabajo más creativo. La lentitud aporta tranquilidad y relax para que podamos conectarnos con ese deseo de felicidad que anida en nosotros.
Una vida lenta, sin prisas, no es sinónimo de pasividad, de ir a paso de tortuga, sino de realizar la actividad de otra manera. Nos invita a vivir la vida más despacio y más conscientemente para poder disfrutar de ella. Parece que si te tomas las cosas de otro modo es que eres un vago y que no quieres hacerlo. Cuando precisamente, haciendo las cosas con más calma se hacen mejor, se disfrutan más, le puedes poner más atención y cariño, y eso te permite recargar de nuevo las pilas.
Benjamín Echeverría, capuchino
No hay comentarios:
Publicar un comentario