martes, 11 de septiembre de 2018

EL CAMINO DE SANTIAGO POR LA COSTA

Una de las cosas que aprendí en el Camino de Santiago es que es, en los momentos más complicados en los que la gente une sus fuerzas para superar un obstáculo.

Fue ahí cuando nos encontramos dieciocho personas, algunos completos desconocidos, otros, en cambio, amigos de la infancia, de diferentes edades, con distintas inquietudes y de diversos puntos de la geografía española con un mismo reto: superar los próximos 300 kilómetros y llegar a la Catedral de Santiago de Compostela.

Llegamos un miércoles por la tarde a un pequeño albergue después de casi un día entero viajando. Ya que desconocíamos cual iba a ser la dinámica de las próximas dos semanas, el tiempo que nos quedaba hasta la cena lo empleamos para organizarnos e intercambiar las primeras palabras con quienes iban a ser nuestros compañeros peregrinos.

Durante los siguientes doce días nos levantamos más pronto que tarde -entre las cinco y media y las seis- y al mismo tiempo que el sol salía por el horizonte, nosotros ya estábamos dando nuestros primeros pasos. A lo largo de la mañana no solo hablábamos o compartíamos cacahuetes y chocolate, también teníamos momentos de reflexión individual mediante la denominada “hilera”, en la que se nos planteaba una cuestión, una idea, y siguiendo la fila india que marcaba el grupo, cada uno intentaba obtener alguna conclusión acerca del tema. Había días en los que nuestra respuesta era clara y concisa, habíamos pensado en el tema anteriormente y no se nos hacía desconocido. Otros días, en cambio, era imposible concentrarse, buscar respuesta o incluso recordar la pregunta planeada. Para poner orden a nuestras ideas, durante la tarde buscábamos un pequeño momento en el que nos reuníamos todos con el fin de compartir nuestros pensamientos, vivencias e incluso diferentes dudas que nos surgían a partir de la dada.

Conforme pasaban los días crecían nuestros lazos y el sentimiento de grupo. Esto nos llevó no solo a compartir comidas, pasta de dientes y cervezas, si no a descubrir las personas con las que pasábamos andando ocho horas. Descubrimos las historias de cada uno de nosotros, desde los mejores momentos vividos hasta nuestros peores secretos. Forjamos nuevas amistades y fortalecimos aquellas que ya teníamos.

Por otra parte, estoy orgullosa de poder decir que no solo recorrimos kilómetros, también conocimos los pueblos donde nos alojábamos, hablamos con su gente y probamos la gastronomía típica; llevándonos con nosotros un poquito de ahí donde habíamos estado.

A su vez, conocimos a lo largo del camino a otros peregrinos con los que intercambiamos experiencias de las etapas e intereses de nuestra vida cotidiana.

A pesar de que todo el camino fue una experiencia renovadora, el momento más emocionante fue la llegada a Santiago. El último albergue en el que nos alojábamos estaba a tan solo cuatro kilómetros de nuestro destino por lo que la última etapa fue un paseo en comparación al resto de días. Nos levantamos pronto, el cansancio acumulado se notaba en nuestras pisadas, sin embargo, nuestras expresiones eran cuanto menos nerviosas, llenas de alegría. No tardamos más de una hora en llegar a nuestro destino. Era un día lluvioso, y aunque el agua no calaba, todas las aceras resbalaban, lo que hizo que una peregrina que iba delante de nosotros se cayese. En ese desafortunado tropiezo se rompió la rodilla, justo a escasos metros de completar su larga peregrinación. Este incidente nos marcó a todos y nos hizo ver que, si alguno no llegase al destino, una parte de nosotros tampoco llegaría, éramos un grupo.

Después de trescientos kilómetros, con los sentimientos a flor de piel y cogidos de la mano, pasamos por el arco que llevaba finalmente a la plaza del Obradoiro. Ya no dolían las ampollas ni las rodillas. El cansancio se había vuelto insignificante. Frente a nosotros se hallaba la fachada de la Catedral de Santiago y a pesar de estar mojada y el cielo gris, la situación nos inundó de felicidad y satisfacción.
No puedo explicar con palabras el sentimiento que esto produce, supongo que para cada persona es diferente y tienes que descubrirlo; pero puedo asegurarte que es, cuanto menos, gratificante.
Irene Cobo, Jufra de Zaragoza

1 comentario:

  1. Emociona leer esta experiencia hoy. Aunque pasen muchos años siempre llevas en tu corazon el sentimiento de qe eres
    "Peregrina" Paz y Bien.

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