miércoles, 26 de septiembre de 2018

EL DESPRENDIMIENTO

Es curioso el sentido de propiedad que vivimos en nuestra cultura occidental. Casi todo tiene algún propietario: tierras, cosas, inventos, ideas... Más incluso: se llega hasta la apropiación de la persona. Hemos convertido el mundo en propiedad de alguien. Este modo de pensar y vivir convierte todo en objeto de compraventa.

En el camino hemos perdido ciertas maneras de ver y de vivir importantes para una vida auténticamente humana: las cosas comunes, la comunicación de bienes y servicios, la comunión de vida... El afán de apropiación nos deshumaniza, nos vuelve competidores, compradores y vendedores de todo, mercantilizando hasta lo más sagrado. Y nuestra vida se resiente en lo más profundo porque cosificamos y destruimos lo que nunca ha sido de nadie: la vida y todo lo que hay en ella.

Ante esto van apareciendo voces que nos invitan a la desapropiación, a mirar y dejarnos mirar más desde la gratuidad, a acoger todo como don. Lo más maravilloso de lo que somos y vivimos no es logro sino regalo, comenzando por las condiciones básicas para la vida: el aire, la naturaleza, este planeta... Pero los mejores regalos de la vida son las personas, gracias a las cuales somos. En este sentido, estamos asistiendo a una recuperación de la sensibilidad por una vida no basada en la propiedad sino en la solidaridad. Ahí están los movimientos por el decrecimiento, la vida sencilla y austera para vivir mejor (“con menos vives más”), etc. No se propone una vida angelical, comer sin trabajar, dar sin recibir, etc.; no. Es comenzar a vivir poniendo freno al afán de apropiación tan inserto en nuestra cultura occidental. Es dar cabida a otros modos más humanos y proporcionales a la realidad de este planeta y de esta humanidad.

El Evangelio es la mayor proclamación de la gratuidad de la vida. Vivir requiere esfuerzo pero no se convierte en propiedad privada. El que más ha dado gratis, el más desapropiado es Dios mismo que se nos ha dado todo él en Jesús. Y el que más nos hace vivir es Dios mismo que “hace salir el sol sobre buenos y malos...”.

Carta de Asís, septiembre 2018

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