martes, 19 de marzo de 2019

DE LAS PIRÁMIDES AL FLEXO DE MI HABITACIÓN

Tardamos alrededor de una hora en llegar desde la Ciudad de México hasta Teotihuacán. Así llamaron los mexicas a una ciudad que se encontraron abandonada, y que en su esplendor –año 500 d.C.- llegó a tener más de 85.000 habitantes.

Primero subimos la pirámide del Sol. Jadeando por la verticalidad de sus muchos escalones, tuvimos que hacer varias paradas para descansar. Y cuando llegamos arriba sentimos la satisfacción de haber alcanzado la cima, y la conciencia de estar en un lugar sagrado para muchos humanos de aquellos tiempos. Un lugar, no sólo para sacar fotos, sino para contemplar, para respirar, para permanecer sin otra razón que la de empaparte de la realidad que te rodea.

Y entonces las preguntas aparecieron: cómo pudieron construir semejante “mole” con la tecnología de entonces; de dónde y cómo trajeron tanta piedra; quiénes mandarían realizarlo y quiénes serían los “currelas” del rascacielos de la época; qué significado tenían para ellos estas pirámides; cómo adorarían en este lugar a sus dioses. Cuestiones que me adentraron en el enigma de estas construcciones y que despertaron en mí el asombro, la admiración, el silencio.

Y en medio de esa quietud, con la mirada puesta en la pirámide de la Luna situada en frente, al otro lado de la Calzada de los Muertos, observo que detrás de ella hay una montañita de dimensiones mayores que esa pirámide. No es el Everest, todo lo contrario, es una montaña pequeña, vulgar, nada atrayente, que pasa desapercibida a todos los turistas y a mí mismo. Pero al ser más grande que la pirámide, me hago consciente de que merecería una admiración mayor que la que suscita la pirámide, aunque no recibe la visita de cientos de miles de turistas cada año. También podríamos preguntarnos cómo fue construida esa prominencia, con qué materiales, qué fuerzas la levantaron por encima del resto de la planicie, qué razón la creó, qué vida la habita… Tantas preguntas que nos abren al enorme misterio de un insignificante monte. Cuestiones que nos llevan a épocas geológicas admirables, al choque de placas tectónicas, a la formación de los materiales más simples a partir de partículas subatómicas, a la configuración de los continentes, a la erosión del viento y del agua durante miles de años, a la formación de la vegetación, a la aparición y desaparición de animales, y a una inteligencia que orienta y da sentido a todo este milagro.

Y me doy cuenta que, como esa montaña insignificante, cada pequeña realidad que rodea nuestra vida merece esa admiración: cada objeto de nuestra habitación, el flexo, un bolígrafo; cada planta de nuestra casa, cada edificio de nuestro barrio, cada persona de nuestro trabajo, cada ser vivo del planeta, cada una de los “cosas” del universo encierran un misterio, una historia infinita, una lógica admirable. ¡Te invito al asombro!

Javi Morala, capuchino

No hay comentarios:

Publicar un comentario