- El sentido del trabajo se reduce a conseguir cubrir de forma precaria las necesidades básicas del trabajador: “trabajo para pagar mis facturas”.
- Otros hablan del valor del trabajo en cuanto que te posibilita un placer posterior en el consumo y satisface tus deseos: “trabajo para tener un coche y una gran casa, etc.”
- Hay quien encuentra que el trabajo puede ayudar a vivir más y mejor, por el sentimiento de orgullo o de ambición que genera: “trabajo para ser alguien en la vida”.
- Algunas teorías justifican que el trabajo alienante que arrebata las capacidades del trabajador, se compensan en cuanto que se pueden recuperar en su tiempo libre: “estoy ‘fastidiado’ pero compenso con la vida que me doy después”.
Hay un disfrute del propio trabajo que en muchas ocasiones hemos olvidado y que necesitamos recuperar retomando su sentido central: con el trabajo ¡¡colaboramos en el cuidado y la transformación del mundo!! Con nuestra labor cotidiana ¡¡somos cocreadores con el Padre, a imagen y semejanza del Dios creador!! Todo trabajo se realiza para otras personas, por tanto, toda ocupación puede tener sentido. El problema es hacer que ese sentido sea significativo, sea patente para mí.
Después de que uno ha conquistado su autonomía personal, cuando es capaz de descentrarse de sí mismo y unificarse en el trabajo para los demás, entonces encuentra un motivo para vivir. Ver el quehacer como misión es ir más allá del esfuerzo hasta su sentido final. Trabajar es un servicio en el que se es capaz de desprenderse de sí mismo y de las aficiones preferidas. Desde aquí, una labor aunque no sea la ideal para uno, puede ser vivida con pleno sentido y por tanto con alegría: es la “gracia del trabajo” de la que habla Francisco de Asís (Regla bulada V, 1).
Javi Morala, capuchino
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