Esta responsabilidad en el consumo corresponde a toda la humanidad, pero sobre todo a nosotros, la parte de la humanidad que más recursos y energía gasta dado el tren de vida que llevamos. Tenemos que reconocer, aunque nos cueste aceptarlo, que es inviable un modo de vida como el nuestro para toda la humanidad. Dicen los entendidos que se necesitarían dos planetas Tierra para poder llevarlo a cabo.
Nuestro consumo habla de nuestra solidaridad o insolidaridad con los demás seres humanos. No sólo con los actuales, sino también con los que están por venir. Estamos llamados a seguir consumiendo para vivir, pero con responsabilidad. Ello supone controlar más nuestras necesidades -cuáles son verdaderas y cuáles no tanto-, pide informarse un poco más de lo que compramos -su origen, las condiciones de trabajo de las personas que lo elaboran, el desgaste real sobre la naturaleza- y conlleva mejorar el tratamiento que damos a lo que desechamos.
Más que comprar menos, es saber qué y para qué se compra porque ya no es solo de un acto individual que habla de mí, sino que es un acto que habla también de lo que quiero y hago por los demás; sobre todo por los que menos tienen y por los que vendrán en el futuro.
Carta de Asís, enero 2020
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