Los evangelios no hablan explícitamente del silencio. Pero, como es un libro de espiritualidad, asoma en muchas rendijas, ya que el silencio es un gran aliado de la espiritualidad, porque es aliado de la profundidad. Y sin profundidad, el silencio resulta imposible.
Hay un dicho fariseo del tiempo de Jesús que quizá él conociera. Dice así: “Durante toda mi vida crecí entre sabios y no encontré para mí ser nada mejor que el silencio”. Porque el silencio modera el hambre de la persona de ser el centro único y ofrece otras maneras de ver la realidad.
- Jesús ha frecuentado el silencio. Lo dejan ver los relatos de las tentaciones (Lc 4,1-13) y de la oración en descampado (Mc 1,35). Él busca el plan de Dios sobre su vida no solo en contacto con las multitudes, sino también en el silencio que aclara las cosas.
- También ha sabido imponer silencio a las fuerzas hostiles al reino, cuando había quien quería que no fuera a tierra de paganos, cuando se quería privatizar el mensaje (Mc 4,35-41). A veces será preciso acallar con el silencio las propuestas que pretenden desviarnos del evangelio.
- Él mismo se refugia en el silencio cuando se corre el riesgo de malinterpretar lo más suyo (Mc 15,5). El silencio puede ser la única respuesta a planteamientos que están desenfocados, tanto desde el punto de vista humano como cristiano.
El silencio libre resitúa a la persona, le hace ver perspectivas que el barullo de cada día no muestra, le posibilita una actitud más contemplativa de la realidad.
Texto: Mc 6,30-34: «Los enviados se congregaron donde estaba Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y todo lo que habían enseñado. Él les dijo: -Venid vosotros solos parte, a un lugar despoblado, y descansad un poco. Es que eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Y se marcharon en la barca, aparte, a un lugar despoblado».
- El texto narra la vuelta de la misión. Los discípulos han curado y “enseñado”. Eso no les había mandado Jesús. Porque la “enseñanza” alude a la catequesis judía. Es decir: a la vez que anuncian el reino y curan, siguen enseñando, al modo judío, que es preciso hacer parte de la religión judía para acceder al reino. Eso desenfoca la misión.
- Por eso los lleva a un “despoblado”, a un desierto, un lugar de discernimiento y de silencio. Es ahí donde se podrán reorientar las cosas, se podrá volver al planteamiento inicial de novedad con la que Jesús quiere ofrecer el reino.
- No se trata, pues, de un lugar de contemplación y de oración, como se suele interpretar normalmente este pasaje. Se quiere reorientar la misión emprendida ajustándola mejor a los parámetros del reino. Esto solamente puede hacerse en un marco de reflexión y de silencio.
- Jesús los lleva “aparte” lo que indica que pretende subsanar la incomprensión de los discípulos, la gran dificultad que tienen para entrar en los mecanismos de la propuesta de Jesús.
Aplicación: El silencio podría llevarnos a una contemplación alternativa que es lo mismo que decir: una contemplación menos religiosa, más antropológica, más social, política incluso. ¿Se puede hablar de una contemplación menos religiosa, más laica? ¿Es contemplación lo que hace un no creyente cuando ahonda? Creemos que, de alguna manera sí, porque los valores de fondo conectan directamente con los valores evangélicos. Son caminos diversos que se entrecruzan. Y ¿qué es una contemplación más antropológica? Aquella que tiene raíces en la verdad de la persona y le lleva, como cosa natural, a una cierta implicación social. Una oración sin arraigo antropológico es una fantasía espiritual en la que se pide a Dios que haga lo que me toca hacer a mí. Todo esto nos llevaría a un tipo de contemplación que no solamente no desconecta del hecho social, sino que lo asume y lo ahonda.
Estos elementos podrían propiciar una contemplación alternativa, tanto que hasta la misma denominación de “contemplación” parece ser inadecuada por sus resonancias religiosas, por más que el vocablo también tenga su campo en el vocabulario civil. En realidad, la alternatividad le viene a este tipo de oración no tanto de los modos de hacer oración, sino de la manera de ir construyendo el hecho creyente. Un modo oficial, adicto al sistema, es difícil que engendre maneras alternativas de contemplar. Una forma algo desplazada, algo en las afueras, quizá conlleve una manera distinta, espiritual y social a la vez, de contemplar, de recuperar esa profundidad del que sabiendo de profundidad sabe también de Dios.
Puede parecer que todo esto es una reflexión difusa. Quizá sí. Pero quien va trabajando su fe cada vez aprecia más los modos del ahondamiento contemplativo: la reflexión tras hacer trabajos de información, el silencio como lugar donde se sitúan las cosa mejor, la escucha que deja espacio a las vivencias de los demás, el cultivo de los detalles que dan color a los días, el gozo de las palabras buenas vengan de donde vengan, el aprecio de las tradiciones orantes en la medida en que apuntan al misterio. Aquí se halla una de las fuentes de dinamismo para la recreación de una experiencia creyente distinta.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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