miércoles, 21 de octubre de 2020

LA PLENITUD ES FRÁGIL Y A VECES DESAGRADABLE

Hace unas semanas entré en una tienda de fotografía que tenía varias de sus instantáneas de boda colgadas en las paredes. Dos hombres, sutilmente, se reían de una de ellas en la que la novia no tenía los cánones de belleza del siglo XXI. En cambio, si te fijabas en los rostros de los novios, se podía observar que no expresaban menos felicidad que otros recién casados.

Al salir de aquel local pensaba que vivimos ofuscados por la apariencia, por el éxito, por la grandeza, por los resultados o el rendimiento. Cientos de películas han conseguido que asociemos la delgadez, los músculos o el poder, con la plenitud personal. Miles de conversaciones nos intentan convencer de que el éxito en la vida tiene que ver con el estatus, el dinero o el triunfo profesional. Millones de anuncios relacionan felicidad con consumo de productos, o de “experiencias” como dicen ahora.

Hay otro camino, mucho más discreto y paradójico que no acabamos de entender -yo incluido- pero que es el único real en esta cotidianidad quebradiza y limitada. Es el que Jesús muestra cuando dice que solo los pequeños entrarán en el Reino de los cielos (Mt 18, 1ss). Nos parece que lo que proponen el nazareno y también Francisco de Asís, no es para este mundo, como si fuera simple retórica o consuelo de débiles: “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos cuando os odien los hombres y os destierren, os insulten y denigren vuestro nombre a causa de este Hombre” (Lc 6, 20-22).

Hay una discreta dicha que se nos ofrece, no en lo llamativo, en lo novedoso, en el logro, en lo emotivo o extraordinario. Hay una vida escondida en la experiencia de carencia, en el dolor compartido, en la verdad aunque sea conflictiva, en la lucha por la justicia, en el cuidado del otro aunque genere sufrimiento, en el aparente vacío. Y esta plenitud no se experimenta en lo vistoso, en lo sorprendente, en lo sensacional, sino en lo secreto, en la serenidad de los fondos personales, casi traspapelado entre el tumulto cotidiano, muchas veces desapercibido ante la mirada despistada o las expectativas desorientadas: “Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; de ese modo tu limosna quedará escondida, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6, 3-4)

Se puede vivir una alegría serena en los logros no dados a conocer, un gozo hondo y no adictivo, que te deja satisfecho y te permite permanecer ahí, sin necesidad de ir tras otro resultado: es una plenitud sorda y sutil. Algo parecido dice este poema que me mandaron hace poco: “La flor es más que el fruto, aunque no cuaje, es más exacta y más certeza. Porque la plenitud es frágil y en lo conseguido debe de haber cautela, cuando no encubrimiento” (Fermín Herrero y Henar Sastre. Húrgura). La plenitud es frágil, y a veces desagradable, como la de Jesús colgado de la cruz.

Javi Morala, capuchino

2 comentarios:

  1. Gracias Javi por este blog. El último párrafo lo leí dos veces... ¿adictiva o no adictiva esa alegría honda y silenciosa que te experimentas cuando echas una mano "silenciosa" a alguien? Yo, gracias a Proyecto Hombre me he "adictado" un poco a esto, y estoy encantada de la vida¡¡¡
    La última frase no la entiendo muy bien; supongo que cuando dices "desagradable" te refieres a la imagen de Jesús en la cruz, no tanto a la plenitud. Abrazo hermano capuchino, muy fuerte

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