miércoles, 28 de octubre de 2020

HERMANOS, HERMANAS DIFERENTES

Vivimos en una sociedad cada vez más plural. La pluralidad se vive en la cultura, en la procedencia, en la religión, en la ideología... En la misma comunidad eclesial se dan diferentes modos de vivir la fe y de pertenencia a la Iglesia. Estamos llamados a vivir con los diferentes, y decimos que todos somos hermanos. Es fácil pensar y decir que todos somos iguales en dignidad, pero la convivencia se hace dificultosa en la realidad diaria.

Por ello, con la mejor buena voluntad intentamos encontrar los mínimos comunes que nos igualan, y sobre ellos construir los modos de convivencia: tenemos necesidades parecidas, aspiramos a un modo de vida digno, utilizamos los mismos espacios públicos, tenemos las mismas escuelas, etc. Pero todo ello, no disuelve la conciencia de la propia identidad de fe, por ejemplo. ¿Cómo se vive en la igualdad social y en la diferencia de fe?

Es un aprendizaje largo pero fructífero el convivir con hermanos diferentes. Se requiere abrir el horizonte de nuestras verdades más allá de lo ideológico, de lo que nuestra manera de pensar ofrece; se requiere elevar nuestra mirada más allá de nuestras esperanzas, de las concreciones a las que esperamos llegar; se requiere abrir el horizonte más allá de nuestros amores, de los rostros que habitan nuestro corazón.

Así, nuestro ser hermanos, hermanas, se ensanchará más allá del círculo conocido y controlado. A ello nos invita Jesús cuando habla de amar a los enemigos, a los que nos persiguen, a los que son menos que nosotros, etc. Amar al que no es igual, al diferente. Ser hermano, ser hermana es una aventura hacia el infinito, pero que se con-creta en personas de carne y hueso. Es un signo concreto del Reino de Jesús entre nosotros hoy.

Carta de Asís, octubre 2020 

Señor, que vea...

...que vea tu rostro en cada esquina.
Que vea reír al desheredado,
con risa alegre y renacida.
Que vea encenderse la ilusión
en los ojos apagados
de quien un día olvidó soñar y creer.
Que vea los brazos que,
ocultos, pero infatigables,
construyen milagros
de amor, de paz, de futuro.
Que vea oportunidad y llamada
donde a veces sólo hay bruma.
Que vea cómo la dignidad recuperada
cierra los infiernos del mundo.
Que en otro vea a mi hermano,
en el espejo, un apóstol
y en mi interior te vislumbre.

Porque no quiero andar ciego,
perdido de tu presencia,
distraído por la nada...
equivocando mis pasos
hacia lugares sin ti.

Señor, que vea...
...que vea tu rostro en cada esquina.

José María Rodríguez Olaizola, sj

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