martes, 10 de junio de 2025

NO HAY NADA QUE HACER; ¿O SÍ?

Cuando las personas con las que convivimos no responden a lo que esperamos de ellas, cuando nuestra relación va de frustración en frustración, suele asomar la idea de abandonar toda esperanza de futuro en la relación. Ciertamente, se dan situaciones en las cuales no es posible la convivencia y habrá que tomar medidas para salvar las personas.

Sin embargo, sin llegar a tales límites, más de una vez se nos desliza en las relaciones fraternas, familiares, de amistad, la desesperanza, la tentación de rendirnos. La persona que he querido y quiero, no da la talla que yo esperaba de ella, o me frustra en mis ilusiones, o no me corresponde como me gustaría, etc. Esto se formula de muchos modos: “no hay nada que hacer”, “no somos lo que pensábamos”, “¿Quién nos va a apreciar si nos llevamos mal?”. Y así una larga retahíla de sentencias que reflejan nuestra derrota. Esta sensación puede ser a nivel personal, familiar o institucional: la Iglesia, la parroquia, la comunidad, el país, el matrimonio…

Quizá tenga que comenzar por revisar mis expectativas, mis objetivos con respecto a esas personas o colectivos. Pero tal vez, también tenga que cambiar mi posición en las relaciones con los demás. Porque además de los problemas que los demás crean en la relación, también estoy yo en juego, mi mirada, mi tipo de presencia, de juicio, de servicio… De modo que en medio de las dificultades de la convivencia, los demás tendrán que ir cambiando, y también yo. Así, el camino a realizar será de todos. Aunque cada cual deberá hacer lo que le corresponda. E irán apareciendo nuevas dimensiones nunca pensadas en la fraternidad, en el matrimonio, en la comunidad.

La esperanza en las relaciones no es debida a los sueños que pongamos de ella, sino del camino que hacemos todos juntos. Dios sueña con nosotros y hace su camino con nosotros, lleno de paciencia y dedicación.

Carta de Asís, junio 2025

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