En el evangelio de este domingo, se dice a los discípulos después de la resurrección de una forma tajante: quedaos en la ciudad. Alude a la ciudad de Jerusalén. Parece que, tras la muerte de Jesús, el discipulado quiera marcharse a su tierra, a Galilea. Volver a lo de siempre, olvidar el fracaso de Jesús, creer que lo de Jesús ha sido un mal sueño.
Por eso
se les conmina a quedarse en la ciudad hasta que el Espíritu, las situaciones
de la vida, marquen las pautas a seguir. Quedarse en la ciudad, ejercer la
ciudadanía en la forma nueva de una vida creyente en Jesús. Fe y ciudadanía han
de ir unidas. El Espíritu toma a la ciudadanía como mediación necesaria. No se
puede ser creyente fuera de la ciudadanía.
Hace
unos días decía el Papa León: "La falta de fe lleva a menudo consigo a
dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la
violación de la dignidad humana en sus formas más dramáticas, la crisis de la
familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento en nuestra
sociedad". Es posible que todo esto sea cierto. Pero la causa de estas
negativas consecuencias también es la carencia de sentido ciudadano.
Tal vez hemos llegado a creer que una fe espiritual era la
que no tocaba ni se manchaba con las realidades terrenas. Es una equivocación:
justamente en lo terreno, en la historia humana, ha de cobrar rostro nuestra
fe, singularmente en la historia de sus sufrimientos. El de Gaza es ahora
prioritario: “Gritemos alto y claro contra el drama humanitario que ocurre en
Gaza por la acción del Gobierno de Israel. No cabe el silencio usando el
argumento de que el Gobierno de España lo utiliza como escudo para ocultar
otros problemas” (Presidente de la Conferencia Episcopal Española). Cuestión de
humanidad y de ciudadanía.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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