Cumple a las mil maravillas con aquello que dirá luego el recordado papa Francisco en Fratelli tutti 223: «San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian».
Así ha sido Francisco, el hermano de las palabras buenas, agradecidas, bondadosas. Francisco decía a sus hermanos a la hora de morir: “Comencemos, hermanos”. Comencemos y continuemos diciendo palabras buenas en nuestro mundo. Ahora que vivimos en una época de polarización, de discursos violentos, de grandes descalificaciones, de palabras desgarradas, quienes amamos a Francisco, siguiendo su ejemplo, respetemos, hablemos moderadamente, bendigamos, seamos ecuánimes.
No haríamos nada con recordar a Francisco si con nuestras palabras negativas, hirientes, condenatorias contribuyéramos a la crispación social. Por el contrario, el camino marcado por Francisco es el mismo que marcó san Pablo: “Bendecid, sí, no maldigáis” (Rom 12,14).
Fidel Aizpurúa, capuchino
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