martes, 7 de octubre de 2025

MIRADA PROFUNDA

Nuestros modos de mirar a las otras personas están muy mediatizados por los esquemas sociales, profesionales, académicos, ideológicos, etc. En la otra persona vemos eso que miramos y la gran mayoría de las veces está en función del filtro que ponemos en la mirada. Cada cual tiene su punto de mira. Pero de vez en cuando, si me pongo a ello, intuyo en el hermano/a, en el amigo/a que hay más, que es más de lo que percibo de él, de ella.

De cuando en cuando, captamos unas dimensiones en la otra persona que resultan nuevas para el que mira. Puede ser fruto de preguntas sobre la persona que jamás las habíamos formulado: ¿qué le alegra en el fondo de todo lo que vive? o ¿qué le entristece? ¿Cuál habrá sido su mayor momento de plenitud vivido en su existencia? Sus miedos inconfesados, sus ansias, sus sueños casi nunca formulados, su infancia medio olvidada, sus personas más entrañables… Cuando hacemos el ejercicio de mirar a la persona más allá de lo habitual, nos asomamos a mundos desconocidos pero reales.

Para ello, necesitamos desarrollar una cierta empatía, acercarnos al misterio que asoma en la otra persona en sus reacciones, sus gestos, las palabras dichas o medio-dichas. La fraternidad puede caer en lo de siempre, en relaciones marcadas por prejuicios y en modos calcificados por el aburrimiento. Pero la fraternidad también puede convertirse en la novedad del encuentro con otras personas siempre sorprendentes; aunque aparentemente no muestren nada nuevo.

Y esta mirada en profundidad me va haciendo a mí mismo más hermano, más fraterno con los demás, pues voy percibiendo en mí mismo/a profundidades desconocidas. Dios nos mira con una mirada profunda, más de lo que nosotros mismos pudiéramos imaginar. Y nos acoge en lo que somos, en nuestra verdad.

Carta de Asís, octubre 2025

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