Os voy a revelar un “secreto a voces”: Francisco y su proyecto me llegaron al corazón. Yo era doce años más joven que él, pero era más valiente. A él le costó muchísimo decidirse; yo, sin embargo, me decidí enseguida. Entendí su propuesta humilde de vida simple y de fraternidad. Me dije que nunca abandonaría aquella senda. Muchos le dejaron en la estacada, antes y después de su muerte. Yo, terca como una mula, fiel a su amor, no retrocedí ni para coger impulso. Me fue muy difícil en muchos momentos, pero logré serle fiel. Me han honrado con el calificativo de la discípula más fiel de san Francisco. Pero fui algo más: representé la manera viva de encarnar un ideal. Por eso, Francisco mismo, en los momentos de más duda, que los tuvo y muchos, me miraba, me preguntaba, me consultaba. Él abrió camino y yo lo seguí con fuerza. Es que su camino puede llegar a suscitar un entusiasmo tan grande como el suyo. No me extraña que aún os interese este proyecto.
Algunos han dicho, muy generosos, que fui una mística. Quizá sea mucho decir. Pero os voy a abrir las ventanas de mi alma. Mirad dentro. A mí me llenaba de una alegría incontenible la certeza de que vivir era una suerte, más allá de cualquier limitación. Por eso rezaba todos los días al despertarme: “Gracias, Señor, porque me has creado”. Tuve una pasión desmedida por Jesús. Lo mío no era solamente fe, era pasión. Las monjas no teníamos entonces espejos en nuestros cuartos. Pero para mí, el “espejo” era Jesús. No me cansaba de mirarlo; no me cansaba de que me mirara. Y también llegué a saltar la valla del huerto del corazón de mis hermanas y a dejar la puerta del mío siempre abierta. Esta mezcla de corazones, de vidas, siempre me maravilló. Ya veis que no son cosas extraordinarias. Vosotros mismos podrías tenerlas. A mí me llenaron el alma.
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