Seguro que Rebeca y Rubén, gijoneses ellos, del Principado astur, conocen bien este lugar; yo lo conocí hace un par de veranos. Es el punto más emblemático del cerro de Santa Catalina, en Gijón, elegido por el artista vasco Eduardo Chillida para emplazar su “Elogio del Horizonte” (1990). Es una enorme escultura de hormigón que, ofreciendo una vista al horizonte, parece dar la bienvenida a los marinos; una obra que fue concebida para ser admirada desde su interior, donde se crea un efecto caracola al escucharse el eco del mar.
A mí me impresionó todo… El lugar, en lo alto de la ciudad y al borde de un acantilado; el cielo azul y el verde del cerro; la dureza de la escultura: enorme, puro hormigón, como descoordinada, sin dos partes iguales; el mar, inmenso, lejano y presente; su sonido que se insinúa y que amenaza; el situarse en el interior de la escultura y ver y escuchar y sentir “todo eso”; y ese nombre, “Elogio del horizonte”, tan propio, que lleva hacia fuera y hacia dentro…
Aquello era un punto en medio del mundo, allí se había creado un espacio, un lugar. Que no era la escultura, sino el que allí se coloca y se hace presente, uno mismo. Aquello era, es, una interpretación de la vida misma; una manera de resumir tanto. Aquello era una invitación a ser “un lugar en medio del mundo”…
Creo que eso somos, estamos llamados a ser, un “Elogio del horizonte”. Un punto, un lugar, una mirada, una interioridad, un ojo, un corazón, un sentido.
Una capacidad de armonizar, escuchar, unificar, sufrir, comprender, acoger, acompañar…, todo. Incluso lo enorme, desconcertante, ruidoso, amenazante, desproporcionado… Un lugar que recoge, ve, crea, aporta, horizontes. A veces nos parece imposible: todo nos puede aplastar, dispersar, dominar… Y a la vez cuanta “potencia” hay en una persona que se va construyendo como lugar. Sin ser “lugar” no se acierta a vivir: caminar por la vida, más que buscando lugares, siendo y construyendo y ofreciendo el lugar que soy.
Jesús fue algo de eso; Francisco también. Sencillamente, una manera de mirar y sentir el mundo. Por cierto, cuánto habla el arte y la tierra y el mar y el viento y todo…, ¿verdad? Que seas, que seamos, lugar; “Elogio del horizonte”.
Jesús Torrecilla, capuchino
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