No tiene porqué poseer un sinfín de cualidades, capacidades, recursos... que fascinen a todo aquel que se cruce en su camino...
Sí tiene que empeñarse en cultivar con toda clase de mimos y atenciones el tesoro que lleva dentro, pues de la abundancia del corazón, hablan las acciones.
No tiene porqué romper con su pasado...
Sí debe afrontar el futuro con desparpajo y con mucho amor, dando y dándose todo a todos, pues la verdadera generosidad para con el futuro consiste en darlo todo ahora en el presente.
No debe tener el coeficiente intelectual por las nubes, ni ser el más listo de la clase...
Sí (esto es obligatorio) debe tener la actitud necesaria y las agallas suficientes para hacer algo grande y hermoso con su vida.
No tiene porqué tener manías, ni ser el más rarillo de la pandilla...
Sí tiene que ser humano... ¡Qué digo humano!, muy humano, terriblemente humano.
No hace falta que crea a pies juntillas todo lo que le dicen... en la parroquia, en el colegio, en su grupo...
Sí es imprescindible que crea, a ojos cerrados en el Amor, en el Amor con mayúsculas.
No puede estar todo el día refunfuñando, criticando lo mal que va este mundo...
Sí debe convertirse en un cartero del Reino, de manera que lleve la Noticia gozosa a todo aquel que busca un sentido a su vida.
No tiene porqué hablar con gran elocuencia y tener solución y respuestas para todo...
Sí debe, por el contrario, escuchar, escuchar mucho, sobre todo escuchar el grito de los más pequeños, de los más necesitados, porque en ellos está Dios de una manera muy especial.
No tiene por qué ser el compañero de clase o el hijo del panadero o la sobrina del párroco...
Sí puedes ser tú mismo (si tú quieres).
Adaptación de un texto de José María Escudero
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