Mi habitación da a la calle. Tengo la ventana abierta, pero, aunque no la tuviera, oiga pasar a los jóvenes que en grupo, solos o en parejas se recogen a las cuatro, las cinco, las seis, siete u ocho de la mañana. Van cantando, hablando a voces, chillando, insultándose, peleando las parejas…
En principio no hay nada que decir: son jóvenes, se divierten a su modo, no tienen nada mejor que hacer porque ni estudian ni trabajan, o, tal vez, son capaces, por ser jóvenes, de estudiar, trabajar y divertirse. Podían tener más consideración con los que a esas horas descansan y tienen que levantarse temprano para cumplir con sus obligaciones; pero, vista la falta de respeto y consideración que generalmente se tiene con los otros, no extraña ni tampoco merece más atención.
Pero sí ocurre con demasiada frecuencia que, al pasar delante de nuestra iglesia, blasfemen o entonen cantos que ofenden la más ínfima sensibilidad humana y ciudadana. Y aquí si cabe una cierta consideración o reflexión, pues, si nuestros grandes intelectos que se están formando en el máximo expone del saber que dan la universidades, en la ciencia y la cultura, que serán los médicos, abogados, profesores, científicos, investigadores, políticos, economistas, madres y padres del futuro, si lo más grande y extraordinario que saben hacer es “cagarse”, ya pueden ustedes imaginarse que el futuro que podemos vislumbrar, con perdón, es de mierda; pero si a eso añadimos que no se “cagan en el mar ni en los peces”, delito ecológico que con mucha frecuencia suelen hacer otros sectores, sino en lo más hermoso, extraordinario y grandioso que todas las sociedades han admitido y reconocido, y que ha sido el máximo impulsor de la humanización del hombre, como es Dios, ya pueden comenzar a lamentar que el futuro glorioso de la humanidad que nos espera no sea ya sólo de mierda, con perdón, sino que incluso hasta esa mierda, con perdón, carezca de valor alguno, aunque en los análisis clínicos sea el mayor exponente de salud, equilibrio y normalidad animal.
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