San Lucas nos ofrece otro aspecto de la realeza de Cristo: la cruz es el trono de su realeza "histórica". Jesús muere como "el rey de los Judíos", coronado de espinas y desnudo, expuesto a la burla de las gentes, en el más radical anonadamiento, despojado de su rango (Flp 2,6s), entre dos malhechores. La actitud de estos visibiliza las posibles actitudes ante el Crucificado y su reino: burlarse de él o pedir humildemente ser acogido en su recinto. Jesús, hasta el final de su vida mantuvo abierta la oferta. No deja de ser significativo que, mientras san Mateo (27,44) y san Marcos (15,32b) presenten a los dos malhechores en una actitud hostil ante Jesús, san Lucas introduzca una matización: mientras uno le increpa, otro le invoca.
Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una llamada a enrolarnos como militantes de su “reinado”; a situar a Cristo en el vértice y en la base de nuestra existencia; a abrirle de par en par las puertas de nuestra vida, porque él no viene a hipotecar sino a posibilitar la vida. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia. A llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).
La fiesta de Cristo rey nos invita, también a elevar a él los ojos y el corazón, para pedirle con humildad y esperanza: “Señor acuérdate de mi cuando estés en tu reino".
Domingo Montero, capuchino
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