Un nuevo adviento se cuela entre nosotros, entre nuestras tareas más normales, en nuestras vidas envueltas en cotidianidad. Porque el Adviento, como el Reino, no necesita de situaciones extraordinarias, sino que se alimenta del presente del día a día, de la atención constante a lo que hacemos.
En apariencia la vida seguirá siendo igual, el mundo seguirá rechinando y hasta la naturaleza dando sus muestras de protesta ante tanto mal recibido. Pero el Adviento se cuela. Se hace necesario agudizar los sentidos, afinar la atención, porque el Dios que todos llevamos dentro nos arrebata, abre un boquete en nuestra vida y nos zarandea. Por eso, de dos que están en el campo se lleva a uno…qué curioso. Se lleva, y no a otro mundo, al que está preparado para ser consciente de su presencia porque momento a momento es consciente de lo que hace y pone intención en hacerlo, sin que la vida con todos sus detalles le pase desapercibida y deja al que aún no está maduro y vive fuera de sí, en un mundo de expectativas y juicios.
María estaba atenta, velaba en cada momento y era consciente de sus sentimientos y emociones, por eso “se la llevó”. Isabel y Zacarías velaban continuamente y por eso se los llevó.
Pero ¿dónde se los llevó?... se los llevó hacia dentro, “hacia la espesura”, “hacia la bodega interior”, como nos dice San Juan de la Cruz, donde todo se hace Presencia.
En el Adviento de nuestra vida, que nada tiene que ver con una época del año, estamos llamados a esto. Pero no está mal que aprovechemos esta etapa que nos propone la Iglesia para intensificarlo y de paso…centrarnos. Porque en estas fechas tendemos a perder el norte y a dejar de vigilar. Y entonces se nos cuelan las añoranzas y los anhelos no conseguidos de otras épocas o de este presente con respecto al pasado.
Para ello vendría bien un ejercicio de visualización. En una ocasión, hace ya algunos años, empecé a percibir en mí que el sentido esencial de estas fechas se me perdía y que las viejas ilusiones y recuerdos comenzaban a enraizarse en mí. Previsora y vigilante, me ayudé de la visualización centrando en mí el gran Milagro del Dios que se encarna y el proceso de desinstalación que trae consigo. La experiencia fue tremenda. El Misterio de la Navidad fue dando patadas a todo aquello que pretendía instalarse bajo forma de anhelo o expectativa. Y me quedé con la esencia.
No es tarea fácil, pero sí posible. Se trata de hacer un proceso de no-identificación con lo que no es: la Navidad no es alegría, aunque me gusta y prefiero que así sea. La Navidad no es fiesta, aunque me es agradable que así acontezca. La Navidad no es familia, aunque qué buena ocasión para que nos juntemos. Pero si todo eso faltase…también es y puedo celebrar la Navidad. Porque lo único que es la Navidad es PRESENCIA, “a la hora que menos lo penséis…”
CLARA LÓPEZ RUBIO
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