martes, 16 de diciembre de 2014

DE BICICLETAS Y TAXISTAS…

   No es por chafar el título en la primera línea, pero un día de estos de otoño, salía con la bici a hacer unos recados, inspirando ese aire maravilloso que respiras encima del biciclo, y me fijé en un taxista, que dentro de su vehículo, esperaba a sus clientes manejando su móvil…
   Y me entró una sensación de pena; pena porque el mundo de aquel hombre fuera tan reducido… Luego pensándolo un poco mejor me dije que tampoco tenía muchas posibilidades dentro de su lugar de trabajo, donde todo está marcado por la utilidad, donde todo tiene sentido en la medida en que sirve para hacer algo: volante, taxímetro, asiento, móvil, etc. En cambio las cosas más bonitas de la vida no tienen que ver con el “hacer”, con la utilidad, sino que tienen que ver con el “ser” y no estaban tan accesibles a este hombre: una sonrisa, una conversación mirando a los ojos, tener un hijo, existir, orar, un amanecer…
   Pero no sólo eso, me di cuenta, que no es sólo un problema del taxista, es un problema que tenemos la mayoría de los urbanitas, porque casi todo lo que nos rodea lo hemos puesto ahí para que realice una función, muy útil, muy necesaria, pero que nos aleja del ser profundo de la realidad. Y es que hemos construido unas ciudades llenas de servicios, de diversión, incluso de posibilidades de promoción de las personas -educación, sanidad, ¿trabajo?-. Unas ciudades muy versátiles, muy funcionales pero que nos alejan de la naturaleza, de pasar el tiempo sin que esté encorsetado en un horario, de simplemente “estar” jugando con mi hijo, o con los amigos; nos alejan de la posibilidad de un paseo, por el hecho de pasear sin que sea para adelgazar, para ir a algún recado o para hacer deporte.
   De esta forma perdemos la percepción de que las cosas tienen sentido por sí mismas, no en la medida en que sirven para algo: perdemos la mirada contemplativa de la realidad. Y no sólo la mirada, perdemos una forma de relacionarnos con la realidad que no está ligada a la utilidad. Y por eso, también ese mecanismo se va transfiriendo a la percepción que tenemos de nosotros mismos y nos resulta extraño saber que nuestra vida tiene valor por sí misma, por el hecho de existir, por el hecho de ser, sin necesidad de hacer nada: “Yo soy” decía Jesús de Nazaret (Jn 13, 19), y eso es suficiente…

Javi Morala, capuchino


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