miércoles, 28 de enero de 2015

CONVOCADOS POR CRISTO EN EL AMOR

Profesar la fe cristiana es, en definitiva, hacer una profesión de amor, creer que lo que va a quedar es el amor y pensar que orientar toda la vida en la dirección del amor es haber acertado. Por eso mismo, la calidad de la fe no se mide por la fuerza de las creencias, sino por la densidad del amor. En la medida en que se ama, se cree en Jesús, si el amor es difuso, débil, poco apreciado, aunque se tengan bien arraigadas las creencias, la fe es débil. Es útil y necesario que la profesión de la fe nos recuerde cada domingo la primariedad del amor, su centralidad, su ser fuente de la vida cristiana. Así se frena, modera y reconduce esa tendencia del hecho religioso a poner el acento donde no está lo importante.
   El amor que profesa la fe cristiana es un amor que proviene de la convocación de Jesús: Él nos convoca al amor. Al decir que él es quien nos convoca estamos afirmando que no somos nosotros quienes estamos en el fondo del hecho de creer. Quien convoca es quien está al frente y da sentido a una reunión, a una asamblea. Jesús nos convoca. El sentido es él, la razón viene de él, la orientación la pone él a través del Evangelio. Apropiarse de su convocación deja sin sentido a la comunidad cristiana. No estamos en la fe, no celebramos, no venimos a la parroquia para dar gusto al cura, para que él esté contento, para que la parroquia tenga brillo y notoriedad. Venimos por Jesús, él nos llama y por él venimos. No tendríamos que alejarnos de la comunidad cristiana por sus debilidades. Mientras Jesús nos llame (y él siempre nos llamará) hay razón para acudir a la llamada.
   Y nos convoca al amor, no a las ideas, no a la organización, no a la militancia, no a los planes religiosos. Nos llama al amor, porque el Padre ha sembrado en las personas (en las criaturas incluso) la vocación al amor. Una fe que no ayuda acrecer en amor, no sirve desde el punto de vista cristiano. Porque al final de todo, la medida real de nuestra fe será el amor. Y si la vivencia cristiana, del modo que sea, no nos ha llevado a crecer en el amor, hay que decir que es una fe que ha fracasado. Y tengamos por cierto que el peligro de fracasar en esta orientación decisiva y elemental es real, nos amenaza en nuestro caminar humano. Por todo ello, hay que decir que es verdadero creyente quien llega a amar de verdad, con desinterés, sin esperar siempre que se nos pague y agradezca. El amor gratuito, generoso, solidario, es la marca, la señal por la que se reconoce a quien ha entendido no de Jesús: "En esto sabrán que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros...".
Fidel Aizpurúa, capuchino

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