Parece un absurdo tener que recordar que para encontrar algo que se busca hay que ir y verlo en persona. Pero en los tiempos que estamos viviendo donde a miles de kilómetros podemos conocer incluso sitios a los que jamás iremos, no está mal recordar que una experiencia real no se puede tener si no vas y te mojas en ella. Evidentemente no puede ser ni es deseable tener una experiencia de todo. El ser humano elige lo que quiere vivir, lo que quiere conocer y se acerca a esa vivencia. O no, con lo que ahí creo que es donde radica el problema. Pretender conocer sin tener una experiencia.
Los primeros apóstoles de Jesús lo tuvieron muy claro y el mismo Maestro, más todavía. Ambas partes fueron directos, unos interesándose por el lugar donde aquel hombre que tanta admiración les provocaba, vivía y Jesús, sin dar rodeos, invitándoles a que esa curiosidad se convirtiera en vivencia: “Venid”.
A mis alumnos les comento muchas veces y para distintos campos, la necesidad de “mojarse” en cualquier cosa que vivan. Desde estudiar, hacer un trabajo, una investigación… hasta pasárselo bien y disfrutar de sus amigos. Un “no” a las medias tintas, a vivir la vida como si tuvieran “horchata” en las venas. Para aprender a discernir, como tanto proponía San Ignacio, hay que aprender a vivir desde la experiencia. Y el que pretenda tener una experiencia profunda de Dios no puede apuntar en un papel la dirección de Jesús sino calzarse sus sandalias y seguirle, y no puede quedarse en la puerta del sepulcro sino entrar y comprobar que está vivo y no quedarse en la ribera del río sino entrar y bautizarse con Él. Para tener una experiencia desde las entrañas hay que tener una atención profunda a todo lo que se vive sin juzgarla. Desde aquí, hasta un día nos daremos cuenta que recordamos a pesar del tiempo que ha pasado, la hora en la que nos encontramos de forma especial con el Dios que nos habita, como Juan recordó el momento en el que se encontró con Jesús. Os deseo feliz y profunda búsqueda.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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