Continuando con la experiencia del Evangelio de la semana pasada, hay una nueva invitación por parte de Jesús, ahora, a concretar la vida. Porque Jesús no llama para luego dejarnos a nuestra suerte, sino para ayudarnos a darle un sentido. Pero desde la experiencia, de dentro hacia fuera.
El otro día comentaba con una persona cómo bajaría notablemente el número de personas que se equivocan en su vida al elegir un cierto estado o forma en la que vivir ésta. Si la edad en la que hay que elegir lo que queremos ser o desde dónde queremos vivir pudiera elegirse después, nuestra vida sería más estable. Pero es que por desgracia, la sociedad o el ritmo biológico, nos exigen una decisión prematura que luego se vuelve equivocada en muchos casos.
No sé bien dónde radica el problema, pero después de caminar durante unos años ya en la etapa de la vida en la que voy siendo más madura que joven, percibo cómo las decisiones que ahora voy tomando son mucho más acordes a lo que desea mi Espíritu, no una simple apetencia, ni son fruto de lo que los requerimientos sociales me imponen.
Jesus, que siempre se dejó guiar por el Espíritu y que vivía desde las entrañas intuyendo en cada momento lo que ocurría, es el ejemplo claro de lo que hoy tratamos. Por eso, hasta que entregó su vida, vivió al borde del precipicio, haciendo equilibrios en una cuerda floja que es la consecuencia de vivir liberado de juicios y expectativas, desde la libertad que brota de las entrañas sin más requerimientos en lo profundo que lo que mana del Espíritu.
Y a ¿qué nos invita esta semana? A ser pescadores de hombres, no a reclutar un ejército. A tender una red abierta, liberadora, que en todo momento anuncie la presencia de Dios. De un Dios que no hay que buscar fuera, sino en lo más profundo y que es el mismo para todos los hombres y que lo único que quiere de nosotros es que tengamos un experiencia personal con Él. De ahí surgirán otras mucha actitudes y decisiones, que si no son prematuras o forzadas, posiblemente nos acompañen durante toda nuestra vida. Lo especial de la red que tiende Jesús, es que en ella no caben ni el juicio ni la condena, y se caracteriza por ser una invitación a vivir como somos y no como nos gustaría ser. Cuando se interioriza ese estilo de vida y nos reconciliamos con nosotros mismos no intentando vivir lo que no somos, surge espontáneamente la ubicación en el Reino. El Reino de Dios está tan cerca, que está dentro de nosotros.
Gran ejemplo también a tener en cuenta, Francisco. Liberado de juicios y expectativas sobre todo al final de su vida, después de un gran proceso de desinstalación personal, desplegó él también la “red” abierta de Jesús y no permitió jamás que nadie la cerrará para capturar, sino que constantemente fuera una referencia de vida en libertad y desde la experiencia personal en lo profundo.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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