Ante problemas o situaciones arduas de la vida escuchamos con frecuencia: yo, de eso no entiendo. De política, no entiendo; de economía, no entiendo; de justicia, no entiendo; de pobrezas, no entiendo. Pero, ¿no se entiende o no se quiere entender?
La vida muestra que cuando nos toca de cerca un problema (de tribunales, de hipotecas, de relaciones difíciles) se puede entender aunque uno no sea experto en leyes.
Para entender es necesario, en primer lugar, tener deseo de entender, querer mezclarse a eso, a ese problema, aunque la cosa me complique la vida. Además, hay que acercarse, porque de lejos las cosas se ven siempre mal. Incluso habrá que informarse y preguntar a quien ha pasado por ahí, porque los otros nos pueden enseñar muchas cosas. Y, claro está, habrá que estar dispuesto a tomar postura. Esto último es lo que más nos enseña.
La vida ciudadana y la vida cristiana queda siempre en el aire si no hay implicación. Mientras lo cristiano no toque la realidad de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestros componentes sociales, siempre será una bella teoría, bella, pero teoría.
El Evangelio no quiere tanto admiradores de sus enseñanzas, sino seguidores/as que estén dispuestos a remangarse.
Fidel Aizpurúa, capuchino
No hay comentarios:
Publicar un comentario