Aunque no sea muy futbolero, aquel martes me levanté con ganas de ver a la selección española de Del Bosque para darme una alegría. A lo largo del día, me descubrí queriendo que el reloj corriera más deprisa para adelantar ese momento y darme el gusto de disfrutar del partido y su emoción. Surgía ese ansia de darse pequeños placeres, que aumenta cuando la tristeza, o el vacío interior parece que asoman; o simplemente cuando la vida se muestra como más insípida.
Llegó el partido y comenzamos marcando. En esa supuesta “gran alegría” me llamó una animadora de JUFRA para decirme que su hijo había aprobado todo después de un gran esfuerzo de final de curso: esfuerzo del hijo y de la madre “dando la turra”. Y una gran felicidad me llenó entero… ¡¡qué bien!! Después de tantas preocupaciones, después de tantos intentos, unos esperanzados y otros desesperados. Después de todo ese empeño, un respiro, más cordialidad, mucha alegría y “kilos” de esperanza habían llenado aquella casa.
Más tarde llamaba a una amiga para que me contara que tal le había ido la presentación de su recién estrenado libro: “En mi jardín interior”. ¡Otra gran alegría se hacía presente! Todo el trabajo, las horas dedicadas, el nerviosismo de la situación… Todo había merecido la pena y se ponía al servicio de los demás.
Al lado de todo este gran gozo, se me hacían un poco ridículas mis pretensiones de alegría que había albergado con el partido de fútbol. No porque al final España perdiera contra Croacia, sino porque cuando estaba ganando incluso, se me hacía una alegría hueca, una alegría banal.
Al acostarme, ese mismo día, me daba cuenta que no hacía falta aprobar todo en junio o publicar libros para que la felicidad me rodee. Conectaba con la satisfacción que se siente cuando uno se hace consciente de todos los regalos que recibe cada día, los sencillos regalos de la vida: darse cuenta del don del propio cuerpo con todas las posibilidades de expresión y de comunicación que nos da; todas las personas que Dios ha puesto a nuestro alrededor; todas esas capacidades con las que podemos aportar tanto a este mundo; esa naturaleza que exulta y que pide un hueco en nuestra vida; el sabernos intensamente acompañados en cada paso de nuestra vida; la simple conciencia de existir. Quizás fue todo esto lo que también sostuvo la “Verdadera Alegría” de nuestro Francisco de Asís.
Javi Morala, capuchino
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