Desde pequeña he oído como había que tener mucho cuidado con lo que creemos ser. La humildad, sencillez, el creerse poca cosa… han sido siempre cualidades de las “personas buenas”. ¿Buenas, malas?… mal empezamos.
Mis estudios de psicología y sobe todo mi propia vida me ha ido enseñando, y ahora lo compruebo en mucha gente, el gran peligro que esto supone. Por sí mismas, cualidades deseables y valiosas, pero como en otras muchas cosas, ojito en el recipiente en el que caen. Eso de siempre tú antes que yo, el bien ajeno antes que el propio, hay que hacerle la raíz cuadrada y en todo caso, partir de una psicología sana y no la de la persona casi enfermiza que tiene una autoestima por los suelos.
Está claro que la imagen de la parábola del evangelio del fariseo y el publicano es eso, una imagen: “Gracias Señor, porque no soy como ese…” No, hombre no, hasta ahí podíamos llegar, pero tampoco la imagen sumisa y poco cosa del otro extremo.
De ahí que últimamente tengo cuidado hasta con las canciones que les quiero enseñar a mis alumnos. Esas del estilo “Yo no soy nada…” , han quedado desterradas de la lista.
Urge hoy para todos una visión de la vida y sobe todo de uno mismo, valiosa, positiva, agradecida, que no me ponga por encima de los demás, pero jamás me ponga por debajo. Cuando me reconozco valioso, libre, con capacidad, único, irrepetible y pienso en mí, y vivo por mí, todo lo demás surge por añadidura. La negación de uno mismo tiene más de peligroso que de psicología y espiritualidad sana.
Creo que el gran carisma y la gran fuerza de Jesús, surgían de un autoconocimiento y autoaprecio dignos de quitarse el sombrero. Solo desde ahí pudo salir de sí mismo y ser uno con los otros. Lo contrario, pura mediocridad y entes vacíos. Y de ellos, líbrame Señor.
Clara Lopez Rubio
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