A toda aquella persona que le preguntemos qué quiere en la vida, y también a cada uno de nosotros, seguramente dirá que ser feliz. Otra cosa muy diferente será qué entendemos por ser feliz cada uno de nosotros. Para unos será que se cumplan sus deseos, para otros no tener dolor, para otros no tener problemas y seguramente para otros será, además, que desaparezca la injusticia en el mundo, las guerras, el hambre...
Pero la realidad de la vida no suele ser así, está llena de complicaciones. Casi nunca se cumplen los deseos, los problemas persisten, estamos llenos de miedos, inseguridades... y tampoco desaparecen las injusticias, ni el hambre, ni las guerras y, ante todo eso, ¿tenemos que caer en la infelicidad?
Quizá en este momento de la vida nos toque mirar atrás e ir descubriendo que, a pesar de todas las dificultades de la vida, las cosas no han ido tan mal. Nos encontramos con personas que nos quieren, hemos descubierto el amor y el perdón; vamos aprendiendo a dar valor a una sonrisa, a un abrazo que nos saca de la tristeza; hemos aprendido a asumir los fracasos y a verlos como camino de madurez. ¿No será algo de esto la felicidad?
No han desaparecido las guerras pero nos encontramos con personas capaces de construir la paz, no ha desaparecido el hambre pero hay personas solidarias capaces de compartir con los pobres lo que tienen, no ha desaparecido la injusticia pero hay personas que luchan y trabajan incansablemente para que la justicia se vaya imponiendo cada día. ¿No será algo de esto la felicidad?
Cuando nos abrimos a los demás, cuando nos abrimos a Dios y nos sentimos en paz y en plenitud con nosotros mismos y con el mundo. ¿No será eso la felicidad?
Carta de Asís, noviembre 2016
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