Avanzan los años en este siglo XXI y da la impresión de que la rueda del tiempo lo va engullendo todo y de que las viejas certezas que nos han sostenido durante años ya no están ahí. Pero seguimos vivos en las rutinas de siempre, como sin alma, como sin mística.
Sábato decía: “No podemos olvidar que en estos viejos tiempos, ya gastados en sus valores, hay quienes en nada creen, pero también hay multitudes de seres humanos que trabajan y siguen en la espera, como centinelas”. Quizá no seamos tantos como “multitudes”, pero hay quienes nos interesa mirar, tratar de entender, preguntarnos por el sentido, por el camino que vamos andando.
Es la pregunta por la mística. Llevada al terreno de lo normal, la mística es lo que bulle debajo de la piel, los anhelos que aún laten, los porqué por los que nos movemos, lo que aún nos interesa, lo que nos hace emocionarnos, lo que nos estremece cuando lo vemos en otros, los ideales que se transforman pero se mantienen. La mística es algo que no se puede atrapar, pero totalmente necesario. Y creemos que se puede activar, que se puede de alguna manera cultivar.
Hay para quien la mística se ha reducido al sinsentido de ir viendo y rellenando huecos de tiempos de la mejor forma posible. Otros se han anclado en lo que les dio sentido en otra época. Otros lo buscan en el codo a codo de las manifestaciones multitudinarias sociales o religiosas. Hay quienes encuentran una salida en la sectarización social o religiosa. Pero de algún modo hay una búsqueda.
Creemos que Adviento, tiempo de anhelos, puede ser un buen espacio para reactivar la búsqueda de una mística que dimane de la vieja fuente de la Palabra mezclada a la fuente nueva del momento actual. Necesitamos esa mística para que el gris sobre gris no se adueñe de nuestros caminos, para que siga brillando un sol luminoso en nuestro horizonte, para que no nos roa el desaliento. Sentir esa necesidad es el primer paso. Ojalá este tiempo de Adviento de 2016 pueda ayudarnos algo en cosas como esta que, como el viento, “no sabes bien de dónde viene ni a dónde va”, según el dicho joánico (Jn 3,8).
Fidel Aizpurúa
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