Muchas veces en nuestra vida utilizamos el verbo necesitar. Sobre todo lo utilizamos en primera persona por una razón muy simple: porque las propias necesidades son las que más nos afectan e inquietan. Cada vez alargamos más la lista de necesidades. El mundo en el que vivimos nos va creando nuevas que antes no teníamos. Un móvil mejor, un coche más moderno, un ordenador más nuevo porque hay programas o actualizaciones nuevas, unas vacaciones…
Algunas necesidades son buenas y nos facilitan la vida. En cambio otras, creadas tan artificialmente, no nos hacen ningún bien, aunque pensemos que son cosas imprescindibles para vivir. Hay veces que creemos que la felicidad consiste en llegar a satisfacer todas nuestras necesidades. Es tal la obsesión por ser felices que deseamos obtener la felicidad, a veces de forma compulsiva, como si estuviera fuera de nosotros, como si se lograra como un producto que compras en la tienda.
El mes de diciembre y la dinámica en la que nos introduce la sociedad los días antes de la Navidad nos hace ser conscientes de las necesidades que nos creamos y que nos crea la misma sociedad. Podemos vivir estos días navideños, familiares, de forma más sencilla, sin tanto agobio, sin tanto exceso, dando sentido a lo que realmente es importante. Siendo conscientes de la presencia de Dios entre nosotros y de que somos personas necesitadas de Dios.
La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a todas esas personas que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia. El ser humano a menudo ha gritado o planteado a Dios, angustiado, sus porqués más profundos e importantes. Y no siempre ha escuchado la respuesta de Dios. En Navidad Dios nos habla. “La Palabra se hace carne”. Quiere sufrir en nuestra carne nuestros interrogantes. Está con nosotros, en nosotros y entre nosotros. Ya no estamos solos, como dice Leonardo Boff, “ya no somos solitarios, sino solidarios”. Dios comparte nuestra vida y con él, podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad para los cristianos es una llamada a renacer y una invitación a reavivar la alegría, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en este Dios que camina con nosotros.
Nos dice San Buenaventura que San Francisco de Asís llamaba a la Navidad la “fiesta de las fiestas en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana”. La celebraba con preferencia a las demás solemnidades.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño.
Benjamín Echeverría, capuchino
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