El trabajo es un ámbito de mucha ambigüedad para nosotros. Por un lado, es costoso y se hace realidad el dicho bíblico de ganarse el pan con el sudor. También es un ámbito donde afloran nuestros fondos más oscuros e incontrolables de luchas, de competencias, de intereses ocultos, de rivalidades, de poder. Un ámbito de tensión. Pero es también ámbito de realización personal, de asunción de responsabilidades, de maduración, de creatividad, de paciencia, de hacer bien las cosas.
Es un ámbito donde, día a día, nos jugamos mucho de lo que somos. Un ámbito donde podemos dar lo mejor de nosotros, y donde también puede aflorar lo peor. Un ámbito que nos puede ayudar a crecer y madurar, y un ámbito donde las tensiones pueden llevarnos a la agresividad o a la desgana y la desafección por lo que hacemos.
¿Cómo vivir el mundo del trabajo sin rompernos en las tensiones, y sin volvernos funcionarios grises a quienes nada afecta? ¿Cómo poder encontrar todas las mañanas razones para vivir nuestro trabajo con motivación? El secreto está en saber descansar el trabajo. Saber darle al trabajo su propia dimensión, sin absolutizarlo. Tener otros ámbitos distintos del mundo del trabajo. Pero tan importante como eso es poder contar con personas con quienes poder compartir las tensiones y los logros de la jornada. Sino, vamos cargando nuestra mochila de tensiones que a la larga nos pasan factura.
Y, por supuesto, podemos descansar la tarea en Dios. Ya nos lo dijo Jesús: “a cada día le basta su afán”. Y es que muchas veces las tensiones nos surgen de querer controlar el mañana, de la inseguridad del futuro. Qué importante es confiar en que Dios se hace cargo de nuestras tensiones, de nuestras inseguridades, de nuestras preocupaciones, y poder dejar todo ello en sus manos. No para despreocuparnos, sino para vivirlo todo desde la confianza.
Carta de Asís, diciembre 2016
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