jueves, 29 de diciembre de 2016

UNA NOCHEBUENA DIFERENTE

La Nochebuena del 2016 ha sido diferente. Mi madre acaba de salir de una cirugía por una rotura de cadera y he pasado esta noche con ella en su casa. Ya me había dicho lo que quería para cenar: sopa de pescado, cordero asado y tarta de manzana: ¡la mujer, a pesar de estar convaleciente ha apostado fuerte!

Pero ella comenzó a vomitar durante la tarde del día 24 y su esperada cena de Nochebuena se redujo a media taza de leche con galletas, sin que se pudiera levantar de la cama. Mi cena tuvo el menú que mi progenitora había escogido, pero la situación era atípica: en Nochebuena sentado sólo, en la desarbolada mesa de la cocina, y con mi madre durmiendo en la habitación. Expresamente no me puse a ver la televisión porque no quería que este aparato marcara lo que estaba viviendo. Las circunstancias hacían que esa noche tuviera una gran densidad de significado, era como si el aire de la casa tuviera más contenido: Jesús naciendo frágil, en medio del silencio y la oscuridad, en un pueblo de Judea perdido del mundo; y mi madre, envuelta en una gran vulnerabilidad, rodeada de un aparente vacío de compañía, de fiesta, de alegría y en el anonimato de un quinto piso. Este paralelismo llenaba de sentido aquel momento.

Entre los mensajes de WhatsApp que recibí, me llamó la atención el de una amiga que, como le faltaban algunas personas esa noche, había organizado una cena con quince comensales. Y me escribía que se sentía sola. Yo no podía decir que me experimentara acompañado, pero en mi solitaria cena en la mesa blanca de la cocina, no me encontraba solo: había una densidad, una intensidad en aquella noche que es difícil de explicar. Era como cuando el cruce de una mirada con otra persona llena de contenido el instante: dirías que no está pasando nada, pero ocurren muchas cosas en ese simple encuentro de pupilas. Había una gran paradoja: en una cena multitudinaria una persona sufre la soledad, y un hombre cenando sin compañía no se siente solo.

Al recibir ese mensaje me vino a la cabeza que, a veces, cuando huimos del vacío no hacemos otra cosa que adentrarnos más en él. Quizá sea porque no hemos diagnosticado acertadamente que la sed que sentimos no es de diversión, compañía, entretenimiento o placer como pudiera parecer. Quizá, como dice el salmo, la sed que tengamos sea de lo Esencial, de lo hondo de la Vida, de Dios: "mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua" (Salmo 62,2).

Javi Morala, capuchino

1 comentario:

  1. Jo qe Bonito!!!!. Y qe verdad es:DIOS
    SE HACE PEQEÑO y llena todo el vacío qe nosotros nos empeñamos en llenar, aún sin saber como. GRACIAS por estas letras Javi

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