sábado, 2 de diciembre de 2017

LA VERDAD EN LO SECRETO

En una cultura de la publicidad globalizada, del bombo y platillo de los medios de comunicación, de las redes sociales que todo lo muestran, hablar ahí de “lo secreto” es algo casi incomprensible y, de salida, extraño. Lo que no se publicita, lo que no aparece en la tv, lo que no circula en las redes no existe. Bien lo saben los políticos, los “influencers”, y demás. Por eso, los jóvenes quieren ser “youtoubers”, personajes de las redes. Lo dicho: hablar aquí de lo secreto es hablar ruso.

Y, sin embargo, a nada que uno reflexione, más allá de cualquier parafernalia, lo secreto encierra una verdad. Y en esta época de la posverdad, cuando se confunden los hechos y las opiniones, el anhelo de intimidad es una constante. La demandan los famosos, las personas que enmarcan su vida en la farándula y lo demandan las personas corrientes cuando se trata de asuntos delicados. Respetar la intimidad, preservar el secreto es la manera humana de tratar lo que es delicado. Echarlo a la arena de la plaza pública es, con frecuencia, maltratarlo.

Por eso decimos que lo secreto, lo íntimo, lo que es delicado como para ser tratado de cualquier manera tiene un valor: el valor de la profundidad. En lo profundo hay una verdad que difícilmente anida en lo superficial. Ya decía Tillich que la profundidad era “la dimensión perdida” que la persona de hoy habría de recuperar si quiere vivir una vida verdadera y una fe verdadera. En la superficie todo se distorsiona; en la profundidad brota la verdad. Esta, la profundidad, tiene que ver con el corazón de la persona, con sus mejores valores. La superficialidad, nuestro gran enemigo, desfigura las cosas y hace de lo relativo algo importante y de lo importante algo relativo.

¿No podríamos vivir la espiritualidad del Adviento de este año en esa perspectiva del valor de lo secreto? ¿No sería una buena opción trabajar la espiritualidad de lo secreto para vivir este año una Navidad más ahondada, menos superficial, más centrada en la contemplación de un Dios que se entrega del todo a lo humano en Jesús? ¿No nos animaría a centrarnos en nuestros mejores valores este anhelo de lo vivido en la verdad de lo secreto? ¿No nos ayudaría a percibir en otros, sobre todo en los más pobres, valores que al superficial le pasan desapercibidos?

El peligro de rutina y empobrecimiento acecha a nuestro camino humano y cristiano. Merece la pena intentar poner dique a ese peligro. Y quizá una forma de hacerlo sea trabajar, en modos sencillos, la espiritualidad de lo secreto. Intentémoslo.

Fidel Aizpurúa, capuchino

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