martes, 20 de febrero de 2018

ESTO NO ES UN LIBRO

Se llamaba Pablo, pero todos lo conocían como el pobre de la manta. Cubierto por una, vieja y sucia, se arrastraba por las calles de Salamanca. Lo que sacaba de la mendicidad lo invertía en droga. Una noche lo encontré arrodillado frente a una alcantarilla. Lloraba tirándose del pelo. Me quedé observando. Percibí que, mezcladas con lágrimas, balbucía palabras. Presté atención y comprendí qué es lo que sucedía: por aquella alcantarilla se había caído el billete con que pensaba adquirir su próxima dosis de heroína. Pablo, lamentándose, hablaba con Dios: blasfemando, preguntaba repetidamente por qué, por qué, por qué le sucedía a él eso.

Años después, frente a esta pantalla, recuerdo aquella escena con una nitidez que aún duele: Pablo, con su manta rota por la vida, hablando a Dios desde la cubierta de una alcantarilla, es para mí el rostro de Job, esa voz que grita a lo alto desde los abismos de la Biblia Hebrea. En la historia de Job, leída en el cuerpo de Pablo, se verifican las palabras que Whitman situó en el inicio de sus poemas: Esto no es un libro: quien toca esto, toca a un hombre.
Victor Herrero, capuchino

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