Solemos decir que a los jóvenes de hoy les cuesta cada vez más tomar decisiones, elegir. Les cuesta sobre todo tomar decisiones que afectan o abarcan toda la vida. En la cultura en la que nos movemos se va creando la idea de que no se puede comprometer uno para siempre, ni con una persona ni con una determinada opción de vida. Parece que lo que importa es vivir al día y, si hay que optar, que sea por un tiempo determinado. Hay quien afirma que la actual crisis vocacional está muy unida a la alergia a tomar decisiones, a hacer una elección, pues vivimos en la cultura de la indecisión.
Tal vez sea exagerado decir que en la cultura en la que nos movemos hoy no hay ideales. Yo creo que sí los hay, aunque determinados valores van cambiando o han sido desplazados en nuestra sociedad. Lo que está claro es que, si no hay algo que me atraiga o me guste, difícilmente lo podré elegir. Anterior a cualquier decisión está el deseo. El deseo y la capacidad de desear forman parte de la sensibilidad de una persona. Es algo que hace que orientes tu vida de una u otra manera.
Desear es concentrar las energías en la búsqueda de algo que uno siente cada vez más que es central en su vida. Cada uno somos responsables de nuestra propia sensibilidad y, desde las experiencias que vamos teniendo, la vamos construyendo a lo largo de nuestra vida.
Hubo un día en la vida de San Francisco de Asís, como lo ha habido en las personas que han orientado su vida desde Dios, que se planteó la siguiente cuestión: Señor, ¿Qué quieres que haga? Deseó encontrar su propio lugar en la vida y se puso a la escucha de todo lo que le ayudaba en esa búsqueda para tratar de decidir en libertad y con responsabilidad. Quiso comprender el plan que Dios tenía sobre su propia vida y emprendió todo un camino de búsqueda de Dios. Su propia experiencia nos ayuda a otras muchas personas a plantearnos la vida desde lo que él mismo descubrió.
Benjamín Echeverría, capuchino
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