Me admiraba ver tanta generosidad: ¿no hubiera sido más cómodo para todos quedarse en casa, verlo por la televisión y no terminar mojados y ateridos? Pero cientos de padres y madres habían elegido la lluvia y la incomodidad. Me asombraba ver que la bondad se derramaba por todos los lados y llenaba la ciudad; no por el tópico de la Navidad, sino porque los padres, una vez más, anteponían el bien de sus hijos a su propio bienestar.
Cuando hacemos una valoración del ser humano, la mayoría de las veces nos viene a la cabeza su egoísmo, su capacidad de destruir la naturaleza y la injusticia, la violencia y la desigualdad que existen en el planeta. ¿Y por qué se instalan en nuestro cerebro estas imágenes cuando hay tanta generosidad en las personas? Habrá diferentes motivos, pero uno de ellos es que en las noticias de todos los días nos llenan el salón de bombas, guerras, terrorismo, etc. Un asesinato atroz, aunque haya sido el único en todo el país, entra a formar parte de nuestra vida. La televisión tiene la capacidad de hacernos creer que es habitual y cotidiano lo que ocurre a una persona entre 46 millones, en un metro cuadrado entre los 506.000 millones de Km2 del país.
Y por eso me sorprendo cuando la bondad se manifiesta. No me doy cuenta que hay infinidad de padres que lo dan todo por sus hijos; existen millones de voluntarios que dedican su tiempo a los demás; incontables religiosos que han optado en su vida por los otros; maestros que trabajan más allá de su horario para que sus alumnos aprendan; sanitarios que dedican horas y horas a sanar a los enfermos; personas anónimas cuya vida tiene más sentido porque la dedican a los demás. Es la bondad invisible que sostiene el mundo, es el Reino de Dios que está cerca. Muchas gracias a todos por hacerlo presente.
Javi Morala, capuchino.
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