martes, 6 de noviembre de 2018

NOVIEMBRE: MES DEL RECUERDO

El mes de noviembre nos trae a cada uno de nosotros el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos. Comenzamos el mes recordando a Todos los Santos. Al día siguiente la Iglesia nos invita a conmemorar a todos los fieles difuntos. En los primeros días del mes se visita el cementerio para rezar por los seres queridos que nos han dejado.

Me parecen interesantes las palabras y la enseñanza del Papa emérito, Benedicto XVI, quien en una de sus audiencias decía que es como ir a visitarlos para expresarles, una vez más, nuestro afecto, para sentirlos todavía cercanos… El ser humano desde siempre se ha preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a través de la atención, el cuidado y el afecto. En cierto sentido, se quiere conservar su experiencia de vida; y, de modo paradójico, precisamente desde las tumbas, ante las cuales se agolpan los recuerdos, descubrimos cómo vivieron, qué amaron, qué temieron, qué esperaron y qué detestaron. Las tumbas son casi un espejo de su mundo…El camino de la muerte, en realidad, es una senda de esperanza; y recorrer nuestros cementerios, así como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar un camino marcado por la esperanza de eternidad.

La solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasiado breve, es demasiado limitada. Las personas creyentes sentimos que nuestra vida está unida a Dios, a un Dios que salió de su aislamiento y lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).

Sentimos que el amor requiere y pide eternidad, y no se puede aceptar que la muerte lo destruya en un momento. Por eso los cristianos en medio de la muerte seguimos hablando de vida, de vida eterna, de vida plena.

Al ir a los cementerios y rezar con afecto y amor por nuestros difuntos, se nos invita, una vez más, a renovar con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, más aún, a vivir con esta gran esperanza y testimoniarla al mundo. Y precisamente la fe en la vida eterna da al cristiano la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme.

Benjamín Echeverría, capuchino

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