martes, 5 de febrero de 2019

LA VIDA CONSAGRADA, PRESENCIA DEL AMOR DE DIOS

El calendario está lleno de días especiales que nos ayudan a romper la monotonía. Solemnidades y fiestas, santos, días internacionales, mundiales… Uno de esos días significativos para los religiosos y religiosas, para todas las personas consagradas es el dos de febrero, día de la Presentación del Señor, día de la Candelaria. En esa fecha celebramos la jornada de la Vida Consagrada.

Hace ya unos cuantos años, en 1996, el Papa Juan Pablo II convocó un Sínodo sobre la Vida Consagrada en la Iglesia. Decía el Papa que “a lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con corazón «indiviso» (cf. 1 Co 7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con Él y ponerse, como Él, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad” (VC1).

Este año, celebramos este día con el lema: Padre nuestro. La Vida Consagrada, Presencia del amor de Dios. Queremos recordarnos que la vida consagrada es presencia del amor de Dios. Cada consagrado, con su vida y testimonio, anuncia que Dios es Padre, un Dios que ama con entrañas de misericordia.

Cada familia religiosa, cada Orden o Congregación intenta reflejar y expresar en su vida y en sus obras algún aspecto, algún detalle, que expresó Jesús en su vida. Cada grupo religioso tiene una manera concreta de situarse dentro de la Iglesia y de la sociedad. En el encuentro que tuvimos los Capuchinos con el Papa Francisco durante el Capítulo General último, el “Señor Papa”, pues así lo llamaba San Francisco de Asís, nos pidió a los Capuchinos tres cosas: en primer lugar, cercanía a la gente. Sois los frailes del pueblo y tenéis que mantener esa cercanía que os ha caracterizado a lo largo de la historia. En segundo lugar, nos decía que somos hombres capaces de resolver los conflictos, de hacer la paz, con aquella sabiduría que proviene propiamente de la cercanía; y sobre todo hacer la paz en las conciencias. Por eso nos pedía que continuemos nuestra tarea de ser hombres de reconciliación, no solo a través del sacramente del perdón desde el confesonario. Y finalmente otra cosa que resaltaba de nuestra vida es la oración simple. Vosotros sois hombres de oración, pero simple. Una oración de tú a tú con el Señor, con la Virgen, con los santos… Conservad esta simplicidad en la oración. Hombres de paz, de oración simple, hombres del pueblo, hombres de reconciliación. Así quiere la Iglesia que seáis: conservad esto. Y con aquella libertad y simplicidad que es propia de vuestro carisma.

Que estos deseos del Papa los llevemos y nos ayudéis a llevarlos a la práctica día a día.

Benjamín Echeverría, capuchino

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