San Francisco seduce porque es coherente y auténtico, deseando ardientemente vivir lo que creía y decía. El luchó a lo largo de toda la vida, en sí mismo y en sus hermanos, contra cualquier forma de hipocresía, que quiere actuar para «aparecer» (cf. 2 Cel 130-135). Siente horror a la mentira y las componendas. Para él, la simplicidad de una persona que vive coherentemente la verdad en sus actos cotidianos es más contagiosa que mil discursos. «El que obra la verdad -y no el que sólo la piensa- va a la luz» (Jn 3, 21).
Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, no tener dobleces, no tener doble agenda, ni dos caras… Porque somos lo que somos ante Dios y nada más.
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