martes, 22 de octubre de 2019

ALGUIEN TOTALMENTE DIFERENTE

Cuando volví de Tierra Santa este verano, un amigo de la fraternidad me preguntó cuál había sido la experiencia más importante del viaje. Le dije que me quedaba de fondo una especie de convicción de que Jesús era alguien diferente, alguien especial. Él me miró incrédulo como diciendo que eso ya lo sabíamos todos sin necesidad de ir al país del nazareno.

Me he cuestionado varias veces por qué para mí ha sido tan importante ese descubrimiento aparentemente insignificante. Durante mucho tiempo, desde mi gran racionalismo, he pasado por el tribunal de la razón científico-empírica toda mi reflexión religiosa. Así, intentaba explicar la divinidad de Jesús diciendo que era hijo de Dios, casi, como todos nosotros somos hijos de Dios. Es decir esa “razón” cientifista y estrecha era el cedazo exclusivo de la forma de entender mi realidad creyente.

Pero el viaje a Tierra Santa me ha hecho vivenciar que Jesús era distinto; que Jesús era judío como tantos otros, pero portaba una imagen increíblemente bondadosa del Padre; que la relación que tenía con publicanos y pecadores “no es de este mundo”; que su mezcla de compasión y asertividad, es sólo posible en un corazón completamente transparente; que una preocupación por los más pequeños como la suya, sólo la puede vivir un espíritu totalmente libre; que su profundidad y sencillez hablan de una sabiduría de vida gigante; que su experiencia de Dios fue única; que no me cabe en la cabeza cómo se puede entregar la vida en manos de una violencia sin sentido y encima perdonando. Es decir, después de visibilizar a Jesús en la tierra que él pisó, me queda la intuición, la conciencia, la certeza de que fue único, especial, maravilloso, extraordinario. Jesús fue totalmente diferente, fue “totalmente otro”: ¿no es este el nombre que también damos a Dios?

Javi Morala, capuchino

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