Hay expresiones referidas a Dios, que pueden parecer excesivas, demasiado radicales: “La preferí [la sabiduría de Dios] a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza” (Sab 7,7); “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12, 30); “vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mt 12, 20). ¿No es demasiado exagerado plantearse las cosas así?
Alguna vez, en una noche en lugar despoblado, cuando la luna aparece majestuosa en la altura, no puedo dejar de mirarla y me da la impresión de que está flotando, como si alguien invisible la estuviera sosteniendo…
Cuando subo a un monte de una gran cordillera, como los Pirineos, si el día está despejado y se pueden ver todas las cumbres de alrededor me quedo boquiabierto contemplando esas moles de piedra, gigantes, inaccesibles, salvajes, desmedidas y abismales que me sobrecogen. ¿Cómo pueden existir semejantes formaciones inconmensurables? Me pregunto…
Cuando algún médico o biólogo me explica el funcionamiento de un órgano, como el pulmón, el hígado, el riñón u otros, y me habla de la complejidad de su funcionamiento, de la cantidad de detalles y variables que son necesarias para que no colapse, del milagro que supone que segundo a segundo continúe su actividad, no puedo más que cuestionarme: ¿cómo es posible? Y a continuación me acuerdo de la anatomía de cualquier ser vivo, como por ejemplo un árbol: cómo transforma la energía solar en orgánica, de la respiración de las hojas, de la savia que sube y baja por el tronco, de las raíces. Y me quedo asombrado de la maravilla que supone. Y vienen a mi cabeza otros vivientes… El interrogante por la vida me deja en silencio.
Si miro al mar con un poquito de calma, me siento desbordado ante los millones de metros cúbicos que alberga, con la inmensa cantidad de seres que contiene: algas, corales, plancton, mamíferos marinos y cientos de especies de peces… Esa profusión, variedad y multiplicidad de vivientes ¿de qué mente infinita han podido surgir?
Cuando, al atardecer, voy en el coche en dirección oeste y puedo ver el sol descender, se me regalan unos cielos anaranjados que nadie hubiera podido imaginar si no los hubiera visto. ¿A quién se le ha ocurrido semejante espectáculo?
Al mirar a un bebé, uno se queda embelesado sin saber por qué, a veces hasta el estremecimiento. ¿Cómo puede existir una cosa tan linda?
Cuando en medio del dolor o la injusticia, puedo hacer un poco de silencio, hay ocasiones que la indignación deja paso a la serenidad y puedo descansar en ese “venid a mí los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11, 28). Me llega un sosiego más allá de lo razonable…
Todos estos sucesos que he descrito me remiten a Alguien más, a Algo que es origen de lo que existe. Pero si, además, me hago consciente de todas estas realidades a la vez, no puedo más que darme cuenta que el Misterio divino que me envuelve es alucinante, infinito, maravilloso, desbordante, inabarcable. Y ante Él me surge la admiración, la gratitud, el aplauso, incluso la adoración. Ahora sí entiendo expresiones de nuestra relación con lo Sagrado que alcanzan la totalidad de la persona y de manera absoluta. Al que es todo, ¿cómo no vivirlo con todo?
Alguna vez, en una noche en lugar despoblado, cuando la luna aparece majestuosa en la altura, no puedo dejar de mirarla y me da la impresión de que está flotando, como si alguien invisible la estuviera sosteniendo…
Cuando subo a un monte de una gran cordillera, como los Pirineos, si el día está despejado y se pueden ver todas las cumbres de alrededor me quedo boquiabierto contemplando esas moles de piedra, gigantes, inaccesibles, salvajes, desmedidas y abismales que me sobrecogen. ¿Cómo pueden existir semejantes formaciones inconmensurables? Me pregunto…
Cuando algún médico o biólogo me explica el funcionamiento de un órgano, como el pulmón, el hígado, el riñón u otros, y me habla de la complejidad de su funcionamiento, de la cantidad de detalles y variables que son necesarias para que no colapse, del milagro que supone que segundo a segundo continúe su actividad, no puedo más que cuestionarme: ¿cómo es posible? Y a continuación me acuerdo de la anatomía de cualquier ser vivo, como por ejemplo un árbol: cómo transforma la energía solar en orgánica, de la respiración de las hojas, de la savia que sube y baja por el tronco, de las raíces. Y me quedo asombrado de la maravilla que supone. Y vienen a mi cabeza otros vivientes… El interrogante por la vida me deja en silencio.
Si miro al mar con un poquito de calma, me siento desbordado ante los millones de metros cúbicos que alberga, con la inmensa cantidad de seres que contiene: algas, corales, plancton, mamíferos marinos y cientos de especies de peces… Esa profusión, variedad y multiplicidad de vivientes ¿de qué mente infinita han podido surgir?
Cuando, al atardecer, voy en el coche en dirección oeste y puedo ver el sol descender, se me regalan unos cielos anaranjados que nadie hubiera podido imaginar si no los hubiera visto. ¿A quién se le ha ocurrido semejante espectáculo?
Al mirar a un bebé, uno se queda embelesado sin saber por qué, a veces hasta el estremecimiento. ¿Cómo puede existir una cosa tan linda?
Cuando en medio del dolor o la injusticia, puedo hacer un poco de silencio, hay ocasiones que la indignación deja paso a la serenidad y puedo descansar en ese “venid a mí los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11, 28). Me llega un sosiego más allá de lo razonable…
Todos estos sucesos que he descrito me remiten a Alguien más, a Algo que es origen de lo que existe. Pero si, además, me hago consciente de todas estas realidades a la vez, no puedo más que darme cuenta que el Misterio divino que me envuelve es alucinante, infinito, maravilloso, desbordante, inabarcable. Y ante Él me surge la admiración, la gratitud, el aplauso, incluso la adoración. Ahora sí entiendo expresiones de nuestra relación con lo Sagrado que alcanzan la totalidad de la persona y de manera absoluta. Al que es todo, ¿cómo no vivirlo con todo?
Javi Morala, capuchino
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