Unos griegos que querían ver a Jesús, se encuentran con un personaje que les dice algo desconcertante: “Si el grano de trigo no cae en el surco y muere, no produce fruto”.
O sea: ¿buscáis a alguien maravilloso? Pues yo soy, como vosotros, uno destinado al surco, uno cuyo horizonte es la muerte. Pero ojo: no penséis que eso no vale: quien muere, puede dar fruto como la semilla que muere en la oscuridad de la tierra. Jesús es, como nosotros, uno para la muerte, pero con vida dentro.
Dicen que la cultura moderna tiende a ocultar la muerte porque la considera sin valor y por ello, hablar de la muerte y fruncir el ceño es todo uno. Pero algo nos dice que en el morir hay fecundidad. Si no fuera así, la muerte de Jesús habría sido inútil y la nuestra también. La vida está bien hecha porque el morir es, aunque no nos lo parezca, tiempo de cosecha.
Dice un viejo himno de Cuaresma: “La gracia está en el fondo de la pena y la salud brotando de la herida”. En esta Cuaresma valoramos a Jesús que cura nuestros corazones y nos proponemos ser también nosotros sanadores heridos. Eso es porque creemos que caer en el surco, ir dando la vida, es el “amor más grande”, como dice el mismo evangelio. Curémonos, amémonos.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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