A lo largo de una fantástica semana, que parece un mes pero que pasa tan rápido como media hora, acampados y animadores, empapándonos de la magia de la puerta roja, nos zambullimos en el paradisíaco entorno natural de Urbasa. Allí, es fácil entender por qué san Francisco de Asís estaba tan maravillado con la entera Creación que tanto ama, ama y ama.
Un sol radiante y amable nos maravilló en el atardecer de película que vivimos en Santa Marina, tras un intenso día de travesía.
La luna y las estrellas iluminaban nuestras noches regalándonos un espectacular cielo limpio y radiante que admirábamos desde el pinar al lado de casa en los paseos nocturnos.
El agua nos recibía dándonos los buenos días en forma de neblina por las mañanas, nos refrescaba en la piscina antes de comer y nos recordaba su pureza en el nacedero del Urederra.
El hermano fuego nos calentó y dio luz en la fría y oscura noche de la travesía en el refugio de Santa Marina, guardándolo cálido, cuidando nuestro sueño.
La madre tierra llenaba del verde frondoso de árboles y forraje nuestros ojos día a día, en nuestras divertidas y alegres caminatas, nutriendo a la preciosa sierra de Urbasa y dando hogar a la extensa fauna y flora con la que compartimos este paraje.
La fuente de los mosquitos que limpiamos y los cardos que podamos en la actividad de voluntariado, nos enseñaron a devolver a la naturaleza todo lo que nos da, entregando nuestro trabajo para que el agua fluya limpia de nuevo y el campo florezca sin ataduras.
Y tras esto, como san Francisco, todos los días teníamos nuestro momentos de oración ante el Cristo de san Damián en la capilla, de hablar y reflexionar con Dios, de pedir perdón y perdonar y de dar gracias entre lágrimas, sonrisas y abrazos, por todo lo que Él nos da, por la semana tan especial que nos regala y por acompañarnos a través de nuestra querida magia de la puerta roja, que, sin duda alguna, ama, ama, ama y ensancha el alma.
Alex Guedón
Maravilla😍
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