Sin embargo, quizá esta situación de limitación sea la gran oportunidad para desarrollar la humildad que no pudimos hasta ahora. Pero no la humildad como maquillaje y tapadera de la rendición, del abandono. Si nos desapuntamos de la vida, del compromiso, de la entrega, no es por humildad sino por rendición, quizá por ese punto de soberbia que no nos deja vernos como somos ahora, y no como en otras etapas de nuestra vida. Al contrario; sería humildad si nos diera esa capacidad de saber dar lo poco que podemos y tenemos. Sería esa sabiduría que nos libera de la necesidad de dar la talla, del tener que estar a la altura que se espera de uno, o de las expectativas que uno se pone a sí mismo.
Desde la humildad de lo que soy y tengo, hago todo lo que puedo, no más; ni menos. Con lo poquito que soy, doy todo. El mayor nivel de generosidad se hace desde la humildad.
Parafraseando a santa Teresa de Jesús: “Y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en servir al Señor, (…) determiné hacer eso poquito que era en mí, (…) confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo”.