En el relato de la verdadera alegría, Francisco abre su corazón y nos ofrece la sabiduría de su vida: la verdadera alegría no reside en el éxito. Hace falta tiempo para comprender la profundidad de este pensamiento, pues parece que la experiencia dice lo contrario: que solo en el aplauso, en el reconocimiento, en la satisfacción es natural sentirnos alegres.
¿Cómo puede actuar un hermano menor cuando no se ve valorado por los hermanos, cuando lo consideran prescindible, cuando no se siente amado por ellos? La respuesta de Francisco surge de su propia experiencia. Aquí está la verdadera y perfecta alegría: si tu corazón no se turba, si perseveras en tu vocación de seguir siendo hermano de todos, sin apropiarte de nada (incluso de aquello que crees merecer), entonces habrás derrotado para siempre las sombras de la tristeza.
El origen y el horizonte de la alegría franciscana están en el encuentro con Jesús. La experiencia de la Pascua -el encuentro con el Resucitado- conduce a una Vida abierta a todos, nos da fuerzas para no renunciar al sueño de una fraternidad de hermanos que caminan por el mundo ofreciendo un estilo de relación inclusiva, libre y fuente de libertad. De manera especial, la relación con los pobres nos centra en el Evangelio y nos hace ver que, en verdad, aquello que somos ante Dios, eso somos y nada más. Su amor incondicional y fiel es la razón de nuestra alegría verdadera.
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