Por eso mismo hablamos de “briznas”, de aquello atrapable, pero pequeño, de lo que resulta casi insignificante pero que está ahí al alcance de la mano. ¿Eso tan pequeño, esa “brizna”, puede suscitar esperanza? Quizá sí.
Dice el poeta M. Rico: “Nunca poseeremos la tierra./Si acaso, una brizna de aire o un destello”. Una brizna de aire, un destello, parecen nada. Pero es el don sagrado de vivir y respirar por el que algunos darían toda su fortuna. Y el francés G. Apollinaire: “Brizna de brezo, olor del tiempo./ Recuerda que yo te espero”. La esperanza como una brizna de brezo, una pajita humilde que, junto con otras, hace la escoba que barre el humilde hogar, las cuadras de los animales.
Habrá que acercar la esperanza y entenderla y vivirla de forma humilde. Quizá de ahí brote la chispa de un fuego que alumbre los pasos. Por eso el Adviento es tiempo propicio para llamar quedamente a la esperanza, para que vuelva a descongelar el duro corazón que dice que no hay nada que hacer, que todo seguirá igual o peor, que la noche sigue siendo el escenario de nuestra vida.
Adviento: tiempo para volver a la esperanza, con realismo, con humildad, con el anhelo que brota de un rescoldo del que vuelve a surgir una llamita, temblorosa y tenaz.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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