Ser un rey bueno, bien lo vemos, no es fácil porque a nadie le resulta fácil ser bueno. Llevamos dentro un enemigo que hay que controlar, reorientar, trabajar. Ser bueno pude parecer poca cosa pero es un ideal divino porque, sencillamente, el Dios de Jesús es un Dios bueno. Por eso, el extraño reino de Jesús es el de un Jesús bueno, de personas buenas, el de quienes alimentan el caudal de bondad que sostiene el mundo.
A veces nos convendría medir el vigor de nuestra fe no por parámetros religiosos (la oración, el amor a la eucaristía, etc.), cosa que está muy bien, sino por parámetros antropológicos: sirves al otro, eres seguidor/a de Jesús; te relacionas bien, eres seguidor/a; crece en ti la bondad, eres seguidor/a; Si ves que, con los años, tu bondad no crece y cada vez te apuntas más al lado oscuro de las cosas, es señal de que el evangelio no está haciendo su obra. Hay que trabajar.

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